Calderón, amigo

ALFONSO NACIANCENO
alfonso.gng@granma.cip.cu

Anudado por el estrés y las noches de insomnio que le asaltaban cuando era mentor del equipo Cuba, Calderón hacía muy suyos los mo-mentos robados a la tensión de los juegos para rememorar pa-sajes y hablar de voleibol, matizando la charla con aquellas jaranas pespunteadas por su franca sonrisa.

Luis Felipe al frente del equipo Cuba, auxiliado por George.

Si lo observabas trabajando en los entrenamientos, esforzado, exigente, especialmente con su hija Rosir, quizá te resistías a creer que aquel hombre, de gestos austeros y ligero andar sobre el tablado, era al mismo tiempo un ser alejado de la corrosiva vanidad, respetuoso del decir ajeno, aunque ese verbo albergara una crítica.

Ayer, a los 55 años, tras una larga enfermedad que lo distanció de su tan amado voli, falleció Luis Felipe Calderón Bless. Comenzó como atleta de la selección nacional en la década de los setenta del siglo pasado. Una vez retirado, condujo elencos juveniles hasta llegar a director técnico de la escuadra femenina de mayores, con la que ganó el oro en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 y el bronce de Atenas 2004.

Nunca hizo alarde de sus éxitos, ni de haber tenido bajo su mando a estrellas universales; la vorágine de enfrentar una tras otras las competencias tampoco dejaba mucho tiempo para vanaglorias. Aprendió, junto al maestro Eugenio George, que únicamente la dedicación y el diario esfuerzo son garantes del triunfo. Esa semilla de laboriosidad la sembró en su hija, hoy una estelar del equipo Cuba.

No sé cuántas veces lo hallé allí, durante los descansos en la pequeña cancha del Cerro Pelado, rodeado de los amigos del voli y de otros deportes que reconocían en Calderón a alguien capaz de animarles el día tan solo con una breve frase.

 

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