Enfrentar la realidad con palabras casi siempre deriva en un
equívoco: viene a ser como reinventarla. Y si uno boga en la furtiva
suposición de que cada libro es un cosmos, es decir un orden, un
mundo en sí mismo, puede aproximarse a él en busca de respuestas que
—no es inusual— acaso lleguen a defraudarlo. Más que discurso, la
poesía es transcurso, un surco transversal en las ideas y en el
lenguaje.
Con Manera obsesiva (Ediciones Luminaria, Sancti Spiritus,
2008), Rigoberto Rodríguez Entenza anuncia un énfasis y una
perseverancia. Sus poemas, que en ocasiones adoptan un tono
expositivo, parecen enfocados hacia una omnisciencia que no será
fácil de conseguir. Digamos que la voz que nos explica las imágenes
que a ella sola se abren, busca su propia serenidad, pero no espera
a conseguirla para referir.
Hay más de una forma de explicar mi juego de palabras, aunque el
número no nos garantice nada. Pero comentar un libro es acaso una
proposición, no una lectura en altísima voz. Veamos dos detalles:
Rigoberto Rodríguez Entenza (Sancti Spiritus, 1963) parece adjudicar
gran importancia al movimiento. Las figuras que pasan por su
poemario son como trazos resueltos, hechos con la finalidad de
obligarnos a conjeturar. Son figuras que prefieren relumbrar para
seguir de largo, aún cuando alguna vez encallen en una enunciación
que no hubiese hecho falta.
Otro detalle importante aquí es la postergación del discurso en
primera persona (y no es que no exista; es que deja de ser
insistente como en tantos otros libros). La presunta experiencia del
sujeto lírico está depositada más bien en parábolas, en acertijos,
en fábulas con personajes de nombres que deberemos suponer
arquetípicos. De tal modo que antes bien se nos narra una
escena; pocas veces se accede a alguna conclusión.
Cuatro secciones de un poemario, cuatro maneras de enfocar una
realidad, cuatro movimientos que dan fe de un aprendizaje, y de que
aprender no carece de riesgos. Manera obsesiva es —insisto—
un libro de mucho desplazamiento y de mucho verbo. Sus presunciones
al parecer existen para ser vistas, como esa pintura a la que no
bastan las figuras solitarias, la cual no jerarquiza sino lo plural,
lo que amenaza con aglomerarse. Y entonces tal vez podamos admitir
que la obsesión del título de este cuaderno sea propensa a ciertas
verificaciones en el poeta. Escribir un poema puede resultar,
ciertamente, un intento de exorcismo, pero hacerle lugar en un libro
pasa a ser, sobre todo, una representación. Rigoberto Rodríguez
Entenza conjura y representa, que son ambas maniobras de la buena
poesía.