Esta
Diana de la que hablo se ha armado de arco y flecha para cazar
melodías y, sobre todo, situarse en el meridiano de lo que debe y
puede ser el pop cubano, un espectro de exigencias estilísticas que
se integran a una manera desenfadada y desprejuiciada de comunicarse
con el público sin bajar la guardia en cuanto al rigor de la
sustancia artística.
Me
refiero a Diana Fuentes, quien el último fin de semana presentó en
sociedad su primer trabajo discográfico, salido de las arcas de la
EGREM, bajo el título Amargo pero dulce.
No hay pretensiones, ni motivos, para pensar que Diana Fuentes
deje una huella excepcional, ni que aspire a que cada pieza en su
voz resuene como una obra maestra. Ella canta por el gusto de cantar
y transmitir los estados de ánimo de la música y los textos que
asume.
Así lo ha venido haciendo en las filas de Síntesis, bajo la
tutela del maestro Carlos Alfonso, y en numerosas colaboraciones
suyas en discos y escenarios diversos, hasta que al fin ahora
decidió soltar amarras y registrar un itinerario personal.
En el fonograma tiene un notable peso como compositor y
orquestador Descemer Bueno. La inteligencia y la sensibilidad de un
intérprete se revelan, en buena medida, al afrontar determinado
repertorio. Descemer y Diana no solo poseen esa conexión subjetiva
que algunos llaman química, sino una afinidad estética mucho más
sólida. El aboleramiento de las baladas de Descemer y la forma
peculiar de tensar melodías con el ska en uno de los planos rítmicos
se avienen con la proyección vocal de la cantante.
Otras dos alianzas potencian la ruta de Diana: haber confiado las
promociones audiovisuales del material a Pavel Giroud (Música de
fondo) y X Alfonso (Amargo pero dulce), ambos renovadores
del lenguaje del video clip insular.
No por último, menos importante, es la presencia en el disco de
Carlos Varela. Diana se apropia de dos temas del Gnomo: La luna
de vino tinto y Círculos de humo. Diana se crece en estas
canciones —solo comparables en intensidad con Tu nombre, de
Bueno— para entregarlas con una carga emotiva sutil. Logra con esas
interpretaciones que no falte ni sobre, sencillamente que encajen en
el espíritu de quienes las escuchan.
Como producto, el disco se redondea con la limpieza compositiva
de las imágenes de Ángel Alderete y el diseño para nada estridente
de Eduardo Moltó. De modo que Diana Fuentes nos entra también por la
vista.