Parten de una tradición manual doméstica muy enraizada en las
mujeres cubanas, pero solo es una referencia, mero punto de partida
para la reinvención de un discurso fascinante y seductor.
Lesbia opta por los amores de esos personajes venerados por su
ideología firme, su desprendimiento, arrojo y valor, y que con igual
ardor resultan paradigmas.
Las obras de Lesbia, expuestas en urnas, remedan el modo en que
las prendas de valor se exhiben en las colecciones museográficas.
Con ello pretende que el espectador se aproxime a estas «reliquias»
en una actitud reverencial, que se despeja ante la atmósfera íntima
y poética de la épica, El balance entre textos, íconos y ornamentos
les confiere a las obras una dimensión epocal sumamente vívida. No
solo hacen referencia al sentimiento, también el temperamento y
vivencias de estos personajes están guardados en el cristal.
Alejandrina
Cue. De la serie Pañuelos antiguos.
Un almohadón de raso con encajes lleva bordada la ternura de José
Martí hacia María Mantilla, el dibujo con la mirada evocadora que
acompaña en la distancia; un fragmento de la casaca del Libertador,
símbolo del militar infatigable aguerrido, entregado a la causa
libertaria americana que centra la atención de su especial atracción
por la Manuelita, tan voluntariosa y vehemente; un corsé hermoseado
por cuentas, el dolor físico nunca logró doblegar a Frida, en una
tormentosa relación con Diego Rivera; el aro de bordar, los
elementos de la mujer, María Cabrales, dedicada a dos pasiones:
Antonio y la Patria; Tina y Mella, intensos y plenos; Agramonte y la
Simoni, un idilio perpetuo y un poema que encontró su expresión en
ese encristalado hexaedro tan acorde con los requerimientos del
poema en que Rubén Martínez Villena supo colocar el amor.
Siete posibilidades de enriquecer el imaginario de los más nobles
sentimientos valiéndose de elementos tomados de la cotidianidad
femenina de antaño, pero destacando en cada uno de ellos la fuerza
que convirtió a cada una de ellas en símbolos. Con estas obras,
Lesbia salda una deuda con esas mujeres míticas.
Alejandrina opta por una expresión epigramática en sus piezas,
esos pañuelitos de frágil apariencia, pero que han resistido el
tiempo, el abandono, acontecimientos¼ , para enjugar lágrimas de
felicidad y tristeza, evocadores de aromas pasados, pero portadores
de imágenes de tendencia bien actual. En sus obras las
representaciones son simbólicas, concentradas, no se identifica a
quién pertenece o se alude, pero narra un instante, lleva el sentir
de quien lo conserva para mantener vivo el pensamiento y conservar
su significación. Sin rehuir las apropiaciones del lenguaje kitsch,
porque de tal modo resemantiza el carácter lúdico de la experiencia.
Una muestra sui géneris, en la que no se pretende seguir ni
implantar modas. Una propuesta osada: guiño y sonrisa cómplices que
invitan a una evocación inteligente.