Estados Unidos en la V Cumbre de las Américas
¿El Gran Garrote o el Buen Vecino? (I)
Abel
González Santamaría*
El fracaso del neoliberalismo, la crisis económica global y la
asunción a la Casa Blanca de Barack Obama, han creado en el
continente americano una gran expectativa por conocer qué "nueva"
agenda de política exterior, económica y de seguridad proyectará
Estados Unidos hacia nuestro continente. La V Cumbre de las Américas,
a celebrarse del 17 al 19 de abril en Puerto España, Trinidad y
Tobago, será la primera oportunidad de la nueva administración para
—al menos— enunciar si cambiará las bases de las relaciones con sus
vecinos más cercanos o mantendrá la política del "Gran garrote" o el
"Buen Vecino".
Un recuento necesario
Para una mejor comprensión del origen y evolución de las Cumbres
de las Américas, es imprescindible realizar una breve reseña de las
concepciones estratégicas y doctrinales que han sustentado la
política de Estados Unidos hacia el hemisferio occidental. El
periodo a evaluar abarca más de 200 años, por el que han transitado
43 administraciones estadounidenses —desde George Washington
(1789-1797) hasta George W. Bush (2001-2009).
El origen de las concepciones estratégicas de Estados Unidos
hacia la región, se remonta prácticamente a cuando los
representantes de las Trece Colonias Unidas de Norteamérica
proclamaron su independencia de Gran Bretaña el 4 de julio de 1776.
Tres meses después, los "padres fundadores" la bautizaron como
Estados Unidos de América, apropiándose del nombre del continente, a
pesar del limitado tamaño de su territorio original (aproximadamente
el 5% de todo el continente americano).
Uno de los "padres fundadores", Alexander Hamilton, expresó en
1788: "Podemos esperar que dentro de poco tiempo nos convirtamos en
los árbitros de Europa en América, pudiendo inclinar la balanza de
las luchas europeas, en esta parte del mundo, de acuerdo con lo que
dicten nuestros intereses (... ) Dejad a los 13 Estados ligados por
una firme e indisoluble unión, tomar parte en la creación de un Gran
Sistema Americano, superior a todas las fuerzas e influencias
trasatlánticas y capaz de dictar los términos de las relaciones que
se establezcan entre el viejo y el nuevo mundo".
Inspirados por esas ideas expansionistas el presidente James
Monroe (1817-1825) envió en 1823 un mensaje al Congreso, enfatizando
que "para mantener la pureza y las amistosas relaciones existentes
entre Estados Unidos y aquellas potencias debemos declarar que
estamos obligados a considerar todo intento de su parte para
extender su sistema a cualquier nación de este hemisferio, como
peligroso para nuestra paz y seguridad".
Surge así la Doctrina Monroe, formulada bajo la frase "América
para los americanos" que no significaba otra cosa que "América para
los estadounidenses". Esta marcaría el eje central y objetivos
básicos para la formulación de sus doctrinas y política exterior
hacia nuestro continente.
Precisamente en ese propio año, el entonces secretario de Estado
John Quincy Adams, quien posteriormente ocupó la Casa Blanca
(1825-1829), envió una carta al ministro de Estados Unidos en
España, con fecha 28 de abril de 1823, señalándole que "El traspaso
de Cuba a Gran Bretaña sería un acontecimiento muy desfavorable a
los intereses de esta Unión (... ) Estas islas (Puerto Rico y Cuba)
por su posición local son apéndices naturales del continente
norteamericano, y una de ellas, la isla de Cuba, casi a la vista de
nuestras costas, ha venido a ser, por una multitud de razones, de
trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales
de nuestra Unión (... ) Cuba, al igual que una manzana madura cae de
un árbol, inevitablemente al desmembrarse de España caería bajo el
dominio de los Estados Unidos". Nace así la denominada "ley de
gravitación" o más conocida como la "política de la fruta madura".
Necesitaban fundamentar esas concepciones estratégicas de
expansión y dominación hacia el sur de su territorio. Es por eso que
a partir de 1845 promovieron la doctrina del "Destino Manifiesto",
según la cual los estadounidenses fueron designados por la
providencia a extender su hegemonía sobre todo el continente para
"desarrollar el gran experimento de libertad y autogobierno".
Desde ese momento, Estados Unidos ha actuado en la región como su
zona de expansión política, económica y financiera. Sucesivas
administraciones durante los siglos XIX y XX daban continuidad a su
estrategia de dominación y realizaban reajustes tácticos acordes al
contexto internacional, regional y nacional a través de sus
políticas y doctrinas.
En la primera mitad del siglo XX se diseñaron dos políticas que
marcarían el rumbo de Estados Unidos hacia América Latina y el
Caribe. La política del "Gran Garrote" formulada por el presidente
Teodoro Roosevelt (1901-1909) basada en la aplicación del uso de la
fuerza contra los países que se negaran a aceptar sus ofertas
"generosas" y la Política del "Buen Vecino" o "Diplomacia del Dólar"
implementada por el presidente Franklin Delano Roosevelt
(1933-1945), como paliativo de la Gran Depresión de los años 30.
Antecedentes de las Cumbres de las
Américas en el siglo XIX y creación del "sistema interamericano"
El primer cónclave a nivel regional que se realizó no fue
establecido por los estadounidenses. Para contrarrestar las
pretensiones expansionistas de Estados Unidos, el Libertador Simón
Bolívar organiza en 1826 el Congreso Anfictiónico de Panamá,
dirigido a impulsar una confederación de Repúblicas latinoamericanas
y contribuir a la independencia de Cuba y Puerto Rico del dominio
colonial español. El Congreso tuvo dos objetivos fundamentales: la
unificación de América Latina y la creación de un órgano de
conciliación política y económica de las naciones latinoamericanas.
Esta iniciativa fue boicoteada por Estados Unidos. En 1889-1890
celebraron en Washington la Primera Conferencia Internacional de
Estados Americanos, en la que el presidente Benjamin Harrison
(1889-1893) intentó imponerles a los gobiernos latinoamericanos una
"Unión Aduanera" y un plan para el arbitraje obligatorio —tutelado
por los estadounidenses— de todas las disputas territoriales que se
presentaran entre los Estados del continente. Ambas pretensiones
fracasaron, pero lograron crear la Unión Internacional de Estados
Americanos (posteriormente denominada Unión Panamericana), cuya
Secretaría Ejecutiva quedó ubicada en la capital norteamericana.
En 1891 se efectuó en Washington la Conferencia Monetaria
Internacional Americana, en la que el gobierno de Estados Unidos
intentó imponerles a sus homólogos latinoamericanos la adopción de
la equivalencia del oro y la plata.
Observando estos acontecimientos, José Martí escribió en 1891:
"Quien dice unión económica dice unión política (... ) lo primero
que hace un pueblo para llegar a dominar a otro, es separarlo de los
demás pueblos (... ) ¿Puede Estados Unidos convidar a Hispanoamérica
a una unión sincera y útil para Hispanoamérica? ¿Conviene a
Hispanoamérica la unión política y económica con Estados Unidos?" La
historia se encargaría de responder esas interrogantes y demostrar
la claridad del pensamiento martiano.
Los Estados Unidos insistieron en estructurar un "sistema
interamericano" que respondiera a sus intereses políticos,
económicos, de defensa y seguridad. De ahí que aprovechara el
contexto de la Segunda Guerra Mundial para convocar a los países del
hemisferio a discutir temas relacionados con la "neutralidad, la
protección de la paz y la cooperación económica". En 1939 comenzaron
a realizarse las Reuniones de Consultas de Ministros de Relaciones
Exteriores del continente americano. En su tercera edición celebrada
en 1942 en Río de Janeiro, Brasil, los Estados Unidos legitimaron su
necesidad de contar con órganos y pactos militares que les
permitiera garantizar la "seguridad continental" o la "defensa del
hemisferio", proponiendo crear la Junta Interamericana de Defensa (JID).
Otro de los acontecimientos trascendentales que acentuaría la
hegemonía estadounidense a escala global en este periodo, fueron los
acuerdos de "Bretton Woods" en 1944, donde Estados Unidos recibió el
privilegio de emitir el dólar como moneda internacional de cambio,
precisamente su economía estaba intacta después de la guerra y
disponía de casi el 70 por ciento de las reservas en oro del mundo,
convirtiéndose en la principal potencia económica, política y
militar.
En 1945, México fue sede de la Conferencia Interamericana sobre
Problemas de la Guerra y de la Paz, en la que mediante el Acta de
Chapultepec y la llamada Carta Económica de las Américas, la mayoría
de los gobiernos latinoamericanos y caribeños se comprometieron a
respaldar los esfuerzos estadounidenses dirigidos a terminar la
guerra y a reorganizar el "orden" internacional y hemisférico que
emergería de la Segunda Guerra Mundial. En realidad, Estados Unidos
necesitaba asegurar el control de las materias primas y los recursos
naturales del Continente, a través del dominio de la economía
latinoamericana.
El 2 de septiembre de 1947 se constituye el Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), donde los países
firmantes, entre ellos Estados Unidos, "animados por el deseo de
consolidar y fortalecer sus relaciones de amistad y buena vecindad,
condenaron formalmente la guerra y se obligaron en sus relaciones
internacionales a no recurrir a la amenaza ni al uso de la fuerza en
cualquier forma incompatible con las disposiciones de la Carta de
las Naciones Unidas o del presente Tratado". A pesar de estos
esfuerzos, los grupos de poder estadounidense requerían de un
instrumento capaz de mantener el control y dominación de la región.
Durante el desarrollo de la Novena Conferencia Internacional
Americana, celebrada en Bogotá en abril de 1948, promueven la
adopción del Tratado Americano de Soluciones Pacíficas o Pacto de
Bogotá, mediante el cual crean la Organización de Estados Americanos
(OEA). Precisamente en este mes de abril, hace exactamente 61 años
de la fundación de la OEA.
Por aquellos días, un joven estudiante de derecho de la
Universidad de La Habana organizaba un Congreso Latinoamericano de
Estudiantes para desafiar la Novena Conferencia Internacional
Americana. En ese empeño visitó Venezuela, Panamá y Colombia. En una
carta que le escribiera a su papá desde Bogotá el 3 de abril de 1948
afirmaba: "Estos viajes le aportan a uno un gran número de
conocimientos y experiencias al mismo tiempo que le abren grandes
horizontes y perspectivas". Su nombre: Fidel Castro Ruz.
(Continuará)
*El autor es Licenciado en Derecho y Maestrante del Instituto
Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García. |