De la afirmación al desgarramiento, identidades en construcción

VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ

Cercano a su perfil como institución promotora del patrimonio visual, el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) mantiene durante este mes abierta una exposición que se inscribe entre lo mejor de la Décima Bienal de La Habana. La definen dos conceptos que en el contexto cubano se definen por sí mismos: Resistencia y libertad. La protagonizan dos paradigmas de nuestro arte en el siglo XX, Wifredo Lam y Raúl Martínez, y un tercero, José Bedia, de quien si bien es apresurado todavía atribuirle un magisterio indiscutible, como el de los antes mencionados, sin lugar a dudas ha logrado una obra, en plena evolución, que destaca entre sus contemporáneos, y se entronca, con más de una raíz, con los precedentes.

El proyecto curatorial, inspirado en un revelador ensayo de Cintio Vitier escrito en 1992, cuando la Revolución se jugaba el todo por el todo en medio de la crisis del socialismo europeo y la desaparición de la Unión Soviética, fue felizmente llevado a término por Corina Matamoros, una de las más brillantes especialistas del MNBA, quien partió del siguiente presupuesto: "Me atrajo, desde el primer momento, ensayar esa poderosa metáfora (resistencia y libertad) que cobró para mí valores metodológicos en los predios de la pintura y el arte cubanos, en la manera complicada pero frecuente en que son asumidas formulaciones y prácticas artísticas externas para crear algo propio, y en cuáles podrían ser los modelos más exitosos de esas transacciones. Me pareció desde siempre que esa metáfora del poeta era perfecta para describir no solo la estrategia de identidad cubana a la que se refiere el ensayo, sino que servía con ductilidad para interpretar las interfases entre culturas locales y dominantes".

Todos somos hijos de la Patria, de Raúl Martínez.

Tras esa definición pareciera obvia la presencia tutelar de Wifredo Lam. Nadie como él sintetizó visualmente en la primera mitad del siglo XX —y continuó haciéndolo después— ese concepto tan profundo enunciado por don Fernando Ortiz al hablar de los procesos de transculturación y mestizaje que nos caracterizan.

Pero al seleccionar los cinco cuadros de su autoría que confluyen en la exposición, Corina Matamoros nos propone mucho más: una síntesis de la síntesis, un recorrido inusitado por el crecimiento de un modo pictórico de ser y adelantar caminos. Desde La silla (1942) hasta El Tercer Mundo (1966).

El muestrario de Raúl Martínez se concentra en su etapa pop. El salto que dio el maestro de la abstracción expresionista que cultivó a su paso por el grupo Los Once al pop no fue en modo alguno gratuito ni para estar en onda. Cuando la vista se detiene en cuadros como Todos somos hijos de la Patria (1966) o Ustedes, nosotros (1969) no solo se nos revela la intensidad de una época de profundas transformaciones revolucionarias, sino también la urgencia por comunicar el alcance de un protagonismo épico sin recurrir a explosiones líricas ni acartonados panfletos.

Mucho más intrincadas, pero igualmente pertinentes en el discurso curatorial, se nos presentan las obras de Bedia, realizadas entre el 2003 y el 2008 fuera de la Isla, pero con ella como un fardo pesado en la memoria. Si la identidad en Lam se hace visible como proceso de construcción afirmativa y en Raúl como epifanía, en Bedia se da como angustiosa desgarradura que se revela en la simbología y la vastedad de sus superficies, o en lo que el crítico Orlando Hernández llama con justeza "tensión espiritual". Es como un ejercicio de resistencia, sí, pero que puede leerse como una pirueta solitaria.

 

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