Las imágenes que acompañan esta nota son harto elocuentes. En
ellas se reflejan no solo graves transgresiones de la disciplina
social y de la ética ciudadana, sino algo peor aún: una permisividad
inadmisible.
¿Saben acaso esos turistas que Martí es uno de nuestros símbolos
más entrañables? ¿Cometerían ese mismo atentado en un monumento de
su país? ¿Se les permitiría impunemente? ¿Qué habrá en las cabezas
de aquellos que tomaron el pedestal del busto de Pasteur como si
fuera una pizarra? ¿En qué abismo sepultaron la más mínima
sensibilidad?
Tan culpables son los comisores de estos actos de barbarie como
el entorno que los favorece. En el Parque Central y en cualquier
otro sitio público donde se levantan monumentos que honran a
nuestros próceres y a personalidades históricas de otros países, las
autoridades deben hacer respetar las más elementales normas de
comportamiento. A los órganos de gobierno habrá que exigir el
cumplimiento de ordenanzas urbanas, incluida la custodia de plazas y
parques.
Pero también debemos exigirnos nosotros mismos. Todo cubano o
cubana que advierta una transgresión como la que aquí documentamos
gráficamente no puede permanecer impasible. Es una cuestión de
honor.