Teatro
de las Estaciones está celebrando su decimoquinto cumpleaños. El
grupo de títeres que dirige Rubén Darío Salazar y lleva el sello
inconfundible de los diseños de Zenén Calero, festeja dicha ocasión
con el estreno de Federico de noche, obra de Norge Espinosa.
Basado en las creaciones juveniles de García Lorca, el texto rinde
homenaje al gran poeta español, presente en el repertorio del
colectivo desde 1996 con La niña que riega la albahaca y el
príncipe preguntón.
Junto a la asesora Yamina Gibert y la compositora Elvira
Santiago, Espinosa pertenece al equipo habitual de Salazar y Calero.
Aquí, sin embargo, no se advierte la fuerza dramática de La
Virgencita de Bronce o El patico feo, dos de sus
anteriores colaboraciones. El autor opta por la secuencia de
estampas que dibujan el imaginario del niño Lorca. Glosa poemas,
mezcla personajes típicos del entorno rural, imagina una nueva
controversia entre Don Cristóbal y Doña Rosita, esboza una intención
didáctica, pero no consigue crear conflictos en las situaciones ni
en el protagonista, quien acepta todo lo que le ocurre como en un
sueño manso.
Los diseños de Calero, impactantes desde su idea y confección,
dan flexibilidad a las múltiples técnicas titiriteras empleadas.
Salazar revisita su carrera como director: manipulación detrás del
retablo o a la vista del público, muñecos de diferentes tamaños y
texturas que responden a una iconografía precisa. Sencillo y eficaz
es el trencito que ilumina la nocturnidad: cuatro casas granadinas
que sirven de contexto a la acción.
Un equipo de intérpretes bien entrenados echa por tierra las
imperfecciones de la dramaturgia y da vida a los sucesivos pasajes.
Fara Madrigal o Migdalia Seguí, actrices de vasta trayectoria,
brillan en Rosita, Vieja y Rana. Aniel Horta, Iván García o Freddy
Maragotto convencen con sus apropiaciones de Federico Joven, Sapo,
Viento Malo y Titiritero Ambulante, en tanto la ayudantía de Yaitma
González se hace indispensable dentro de esta maquinaria de
relojería.
El joven Yerandy Basart es la más nítida revelación de
Federico de noche. Aunque ya se le ha visto en solitario
(Historia de burros) o en montajes de conjunto (Los zapaticos
de rosa), aquí su Federico Niño es manipulado con la delicadeza
propia del ámbito onírico. Ha encontrado una voz idónea, sin
infantilismo ni afectación. También su Don Cristóbal es fundamental
en el ritmo que gana el juego de cachiporra, un guiño de maestría
titiritera desde la dirección escénica.
Las coreografías de Liliam Padrón aseguran un hilván continuo. De
especial relevancia son las luces de Calero, que crean constantes
sorpresas visuales. Un detalle sugestivo es la proyección de
imágenes dentro de la luna blanca al fondo que apadrina el curso de
los sucesos. La habanera cantada por Lázaro Horta en la escena del
Titiritero resulta evocadora.
La magia que ronda este espectáculo es innegable. Teatro de las
Estaciones, vanguardia del arte titiritero en la Isla, ha demostrado
en otras ocasiones que apostar por textos sólidos hace aún más
imbatibles sus propuestas. Esta cantata lorquiana, de cualquier
modo, no desluce en el anaquel, amplio y riguroso, de sus quince
años.