Solo de noche

ABEL GONZÁLEZ MELO

Foto: Juan José PalmaTeatro de las Estaciones está celebrando su decimoquinto cumpleaños. El grupo de títeres que dirige Rubén Darío Salazar y lleva el sello inconfundible de los diseños de Zenén Calero, festeja dicha ocasión con el estreno de Federico de noche, obra de Norge Espinosa. Basado en las creaciones juveniles de García Lorca, el texto rinde homenaje al gran poeta español, presente en el repertorio del colectivo desde 1996 con La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón.

Junto a la asesora Yamina Gibert y la compositora Elvira Santiago, Espinosa pertenece al equipo habitual de Salazar y Calero. Aquí, sin embargo, no se advierte la fuerza dramática de La Virgencita de Bronce o El patico feo, dos de sus anteriores colaboraciones. El autor opta por la secuencia de estampas que dibujan el imaginario del niño Lorca. Glosa poemas, mezcla personajes típicos del entorno rural, imagina una nueva controversia entre Don Cristóbal y Doña Rosita, esboza una intención didáctica, pero no consigue crear conflictos en las situaciones ni en el protagonista, quien acepta todo lo que le ocurre como en un sueño manso.

Los diseños de Calero, impactantes desde su idea y confección, dan flexibilidad a las múltiples técnicas titiriteras empleadas. Salazar revisita su carrera como director: manipulación detrás del retablo o a la vista del público, muñecos de diferentes tamaños y texturas que responden a una iconografía precisa. Sencillo y eficaz es el trencito que ilumina la nocturnidad: cuatro casas granadinas que sirven de contexto a la acción.

Un equipo de intérpretes bien entrenados echa por tierra las imperfecciones de la dramaturgia y da vida a los sucesivos pasajes. Fara Madrigal o Migdalia Seguí, actrices de vasta trayectoria, brillan en Rosita, Vieja y Rana. Aniel Horta, Iván García o Freddy Maragotto convencen con sus apropiaciones de Federico Joven, Sapo, Viento Malo y Titiritero Ambulante, en tanto la ayudantía de Yaitma González se hace indispensable dentro de esta maquinaria de relojería.

El joven Yerandy Basart es la más nítida revelación de Federico de noche. Aunque ya se le ha visto en solitario (Historia de burros) o en montajes de conjunto (Los zapaticos de rosa), aquí su Federico Niño es manipulado con la delicadeza propia del ámbito onírico. Ha encontrado una voz idónea, sin infantilismo ni afectación. También su Don Cristóbal es fundamental en el ritmo que gana el juego de cachiporra, un guiño de maestría titiritera desde la dirección escénica.

Las coreografías de Liliam Padrón aseguran un hilván continuo. De especial relevancia son las luces de Calero, que crean constantes sorpresas visuales. Un detalle sugestivo es la proyección de imágenes dentro de la luna blanca al fondo que apadrina el curso de los sucesos. La habanera cantada por Lázaro Horta en la escena del Titiritero resulta evocadora.

La magia que ronda este espectáculo es innegable. Teatro de las Estaciones, vanguardia del arte titiritero en la Isla, ha demostrado en otras ocasiones que apostar por textos sólidos hace aún más imbatibles sus propuestas. Esta cantata lorquiana, de cualquier modo, no desluce en el anaquel, amplio y riguroso, de sus quince años.

 

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