Si en el repaso de cada vida humana siempre existe la posibilidad
de un hallazgo sorprendente, esa cábala se multiplica cuando los
trabajos y los días han estado impregnados de valiosas experiencias
y recias convicciones.
Tal es el caso de Raúl Valdés Vivó, quien a corazón abierto y con
la mente lúcida nos acaba de entregar sus memorias bajo el exacto y
muy pensado título de Una gota en el torrente (Ed. Ciencias
Sociales), libro que este martes, a las 2:00 p.m., debe comenzar su
andadura pública por donde comienzan sus páginas: el pueblo de
Mariel.
La retrospectiva abarca la niñez en el puerto noroccidental de la
Isla, un fiel retrato de familia, las primeras lecturas, la temprana
orientación ética y el tránsito de la intuición a los argumentos y
de estos a la acción en la búsqueda de la justicia, a partir de
abrazar los ideales comunistas.
Valdés Vivó se detiene particularmente en dos momentos
definitorios que marcaron su existencia: conocer a Fidel en los años
cuarenta y a Raúl una década después.
No voy a privar a los lectores de descubrir por sí mismos cómo
acontecieron ambos encuentros. Pero sí me permitiré citar una
anécdota que revela la personalidad de quien devendría líder
histórico de la Revolución. Sucedió al día siguiente de una álgida
asamblea universitaria en el Salón de los Mártires de la FEU, en la
que la intervención de Fidel había sido decisiva. Valdés Vivó
visitaba a Fidel en "su modesto apartamento, situado en Tercera y 2,
a una cuadra de Paseo" cuando "lo vi levantarse y me pidió que me
fijara en el cuartel militar enfrente, perteneciente al cuerpo
ingeniero. Como todos los cuarteles, cambiaba sus postas con la
exactitud de un reloj, lo que en ese momento estaba por suceder:
—Pudiera ser tomado fácilmente por gente arriesgada, sin disparar un
solo tiro, siempre que se emplee la astucia— me dijo con enigmática
sonrisa".
Ese pasaje y el que posteriormente refleja la combativa
participación de Raúl Castro en el Congreso Martiano por los
Derechos de la Juventud en enero de 1953, bien valen la lectura de
este libro, donde aparecen, además, otras figuras que forman parte
de nuestra memoria histórica: Jesús Menéndez, Aracelio Iglesias,
Blas Roca, Flavio Bravo, Nicolás Guillén. Quisiera, no obstante,
mencionar una esbozada apenas en pocas líneas, y que merecería un
libro: Pedro Serviat.
El volumen, sin embargo, no agota la vida de Valdés Vivó. A
marchas forzadas reúne en el epílogo gruesas pinceladas de sus
vivencias de las últimas décadas, donde Vietnam es una presencia
gravitacional. Los lectores seguramente querrán que un segundo y
hasta un tercer tomo vengan más temprano que tarde.
Porque, como bien apunta Alfredo Guevara en una carta al autor
incluida en esta edición, "ya estamos entrando en esa época en que
habrá que hacer historia (por respeto a las generaciones que llegan,
y para que no nos la hagan con tergiversaciones)". Y porque
necesitamos —y me valgo también de palabras de Alfredo— "ese aporte
honesto que se escribe mirando hacia el futuro, construyéndolo".