Cincuenta años en movimiento

Danza Contemporánea de Cuba celebra cinco décadas de trabajo ininterrumpido

AMELIA DUARTE DE LA ROSA

Técnica, estilo y renovación son tres de los muchos calificativos que describen a Danza Contemporánea de Cuba, conjunto que desde sus inicios ha fusionado las raíces afrohispánicas y caribeñas con diferentes géneros danzarios. Ovacionada en todos los escenarios por los que ha pasado, la compañía, fuerte, juvenil y desconcertante, plena de poder creativo, arriba al medio siglo de trabajo sobre la escena.

Miguel Iglesias, director general de la compañía. Foto: Yordanka Almaguer

Fundada el 25 de septiembre de 1959 como Departamento de Danza Moderna del Teatro Nacional, por el maestro Ramiro Guerra, la compañía realizó su primera función en febrero del año siguiente con las obras Mulato mambí, de Guerra, y Estudio de las aguas, de la norteamericana Lorna Burdsall. Con los años se convirtió en el Conjunto Nacional de Danza Moderna, luego en Danza Nacional de Cuba y a finales de los ochenta en Danza Contemporánea de Cuba (DCC).

El maestro Miguel Iglesias, quien fuera primer bailarín de la compañía y desde hace 24 años la mano rectora del devenir de DCC, comenta el motivo del cambio: "Desde Ramiro hasta mí han liderado la compañía 14 directores, es decir, existieron direcciones muy efímeras donde se hizo lo que se debía y lo que no. El nombre de Danza Nacional de Cuba tendía a la confusión, la palabra contemporáneo se refiere al aqui y el ahora. Danza Contemporánea es un nombre que puede continuar a perpetuidad con la compañía."

Pero regir DCC es más que cambiarle el nombre o dejar cada presentación en el gusto del público, dirigir es también para Iglesias aprender, "he aprendido muchísimo dirigiendo, tuve que ser director para darme cuenta de qué cosa se trataba. En estos años la compañía ha cambiado mucho y yo he cambiado con ella".

"De los jóvenes —añade— aprendí que es necesario unir criterios en una línea, es saber poner a cada cual en el lugar adecuado y recibir de ellos toda la potencia que puedan brindar. Es aprender de jóvenes aparentando enseñarles."

La clave del experimentado director reside en mezclar a los jóvenes con personas de más experiencia, "me dejo llevar por el instinto, aunque no entienda lo que dice el joven, hay algo adentro que me obliga a seguirlo. Me interesa que tengan su propia opinión y que me cuestionen, porque eso significa, de una forma u otra, que los enseñé a pensar."

La mayoría de los integrantes de DCC, con un promedio de edad de 24 años, son graduados de la Escuela Nacional de Danza Moderna y Folclórica y de la Escuela de Ballet. Iglesias, quien también atiende la enseñanza artística como vicepresidente de Artes Escénicas de la UNEAC, manifiesta que existe un vínculo muy grande entre la compañía y las escuelas. El maestro, que a sus 60 años de edad ha preparado y recibido un sinnúmero de bailarines, explica la necesidad de instruir en un ambiente creativo a los jóvenes alumnos. "En el caso nuestro, las clases de composición en el nivel elemental son para desdoblarles su visión psicofísica del mundo y sacarles a flote las capacidades para dominar el cuerpo y crear.

"El bailarín tiene que estar alerta, a la escucha de sus sensaciones y de la energía del cuerpo para poder unificar el movimiento en un punto. No se trata de ser ideal o sofisticado, sino de aplicar una serie de técnicas musculares y articulares a la hora de moverse. También debe tener referencias de la danza universal porque bailar no es aletear, no es lanzar movimiento por movimiento, es lograr que las intenciones se plasmen a través del movimiento."

Hoy Danza Contemporánea —con un promedio de ocho estrenos anuales— no es aquella que fundó Guerra, asegura Iglesias, aunque tiene sus puntos de contacto con lo que se inició hace 50 años, "el arriesgarse en aquel momento con una escena nueva, con un teatro nuevo, lo tengo como punto clave".

 

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