La ilusión de uno de los personajes de Perversiones en el
Prado (Letras Cubanas, 2008) es verse junto a su amante como dos
ciervos que se tragan las luces del amanecer. Otras ilusiones tiene,
pero ninguna —tal vez— como esta para abarcar buena parte del juego
que nos propone la notoria novela de Miguel Mejides. En rigor, debe
aclararse que esta es una vuelta a la versión original de 1999.
Revisitada, según suele decirse, pasa de ser un intento del autor
por afinar lo que creyó alcanzado entonces. Revisitar un texto nunca
es un acto mecánico, ni como autor, ni como lector. Ni debemos
apresurarnos a imaginar que una versión revoca automáticamente la
otra. Uno pulsea con sus textos de una manera que modifica al texto
y a quien lo manipula.
Pues bien: el anhelo es en los personajes de Perversiones¼
como eso que sin gran aprensión llamaríamos fuerza motriz, una
intensidad que los hace agitarse muchas veces en un plano
intangible, y que sugiere una suerte de equilibrio con la realidad
más evidente que alienta en el texto. Dicho a modo de rústica
revelación: un edificio del Prado habanero sirve de escenario a un
entrecruzamiento de actitudes, caracteres, añoranzas, pesadillas, lo
cual acaba sugiriendo una suerte de metáfora sobre el hombre en
estado de desvelo.
El celoso estilo de Miguel Mejides no se limita a esa capacidad
de asociación que prestigia culturalmente su narrativa. Tal vez no
menos importante sea la cadencia que —por ejemplo— en esta novela lo
inclina a concebir sucesivos bloques, como paquetes de imágenes que
al rotar intensifican la sensación de vértigo. Rotan, pero cuando
pasan de nuevo frente a nuestros ojos, ya hemos cambiado. Incluso
quienes insistan en delimitar los procederes del narrador frente a
—digamos— los del poeta, convendrán en que la que nos ocupa es una
prosa cuya ductilidad la capacita para altos estados de dramaturgia.
Cuando el estilo no puede ser culpado de costumbre, el escritor
se hace tan visible que nos acomoda a su respiración.
Perversiones en el Prado es un ejercicio de estilo capaz de
hacernos imaginar que ha sido ejecutado con la facilidad que solo el
agraciado de cuando en cuando roza.