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Parque infantil La Maestranza
¡No se quejen cuando ellos los imiten!
ALFONSO NACIANCENO
alfonso.gng@granma.cip.cu
Es
inapreciable cuánto aprendemos al disfrutar junto a nuestros hijos
sus momentos dedicados al juego.
Estimular esa interacción, en la que también se alimentan el
sentido de la responsabilidad y el espíritu de los adultos, abre las
puertas para cultivar en los pequeños perdurables valores éticos y
morales.
Si cada minuto de nuestra existencia ha de estar dedicado a la
preparación de los niños para la vida, por qué subestimar los ratos
de esparcimiento, igualmente importantes por su aporte a la salud
física y mental de los menores.
El parque infantil La Maestranza, de cara al mar en la Avenida
del Puerto de La Habana, exhibe un modesto equipamiento, y ofrece a
las familias capitalinas y a sus retoños la oportunidad de pasarla
bien.
Cuenta con áreas dedicadas a los chiquiticos y otras para los de
más edad. La leve brisa, proveniente del Malecón, bate de frente en
la tarde, cuando la instalación se repleta de benjamines. Y aunque
hay variadas atracciones, las sillas voladoras están entre las que
llaman bastante la atención. Casi siempre es corta la cola para
montarlas, pero aún así, algunos¼
"¡Apúrate, cuélate ahí, no seas bobo!", le dice el padre al
varoncito de unos cuatro años de edad, mientras lo empuja hasta el
primer lugar de la fila desafiando al resto de los aspirantes a
tomar el vuelo. Sobrevino la airada protesta de los burlados, mas
aquel progenitor consiguió su propósito sin reparar en la nefasta
imagen que dejó flotando en el ambiente.
EL ATAJO DE LA TRAMPA
También están quienes alientan a los suyos a cortar camino por el
atajo de la trampa: "Cuando ella (la operadora del equipo) no esté
mirando para acá, saltas la cerca y no entregues el tique". ¿Esa
madre o padre entenderá el día de mañana por qué su joven —al que
ellos mismos enseñaron a engañar— mentirá en lugar de hablar con
honestidad sobre cualquier asunto?
La entrada a La Maestranza es barata, 20 centavos por persona en
moneda nacional, y el boleto para disfrutar de cada aparato cuesta
solo 50, excepto la estrella (un peso). ¿Habrá necesidad de acudir a
esas artimañas cuando, incluso, el parque tiene canales,
cachumbambés, columpios y otros entretenimientos disponibles libres
de pago?
No faltan quienes una vez que a su hijo le correspondió el turno
en uno de los equipos, pretenden perpetuarlo en ese asiento: "¡Oye,
no te bajes de ahí, que yo tengo aquí más tiques!"
¿Y los demás muchachos de la cola, qué? Ese cáustico afán de
prevalecer a cualquier precio, soslayando el derecho ajeno,
únicamente conduce al egoísmo, al individualismo, es como una
ceguera que anula la satisfacción nacida del desinterés y la
solidaridad.
Salir de paseo a una instalación de este tipo tampoco significa
dejar a los menores sueltos para que hagan y deshagan a sus anchas,
sin pensar en eventuales riesgos, mientras los padres conversan
despreocupados sobre lo humano y lo divino. A veces en una tarde se
escuchan, por los altavoces del lugar, varias llamadas de atención
porque más de un pequeñín se ha extraviado. La preocupación que un
episodio de esa índole genera, vale la pena evitarla.
La Maestranza es un sitio idóneo para divertirse en familia y, al
mismo tiempo, contribuir a la educación de nuestros hijos. A los
padres nos corresponde ofrecerles el ejemplo a seguir. Así no será
necesaria la reprimenda de las abuelas: "¡Recuerden que los niños
son como la esponja, lo recogen todo; después no se quejen cuando
ellos los imiten!" |