Me
entero, por el Noticiero Nacional de Televisión, hoy 19 de febrero
de 2009, que muchos chicos de la Enseñanza Secundaria rechazan
—léase: No consumen— la merienda escolar, al parecer ¡hartos,
hastiados! ya de encontrar siempre jamón y mortadella, ¿para cuándo
el queso o el perro, es decir, la salchicha?
Y si digo que ardo de ira y de vergüenza es por pudor. En
realidad, me dan ganas de llorar a los gritos, porque pienso en mi
país, que un día aciago abandoné hace ya cuarenta años y desde
entonces vivo en esta Isla de Amor, capaz de curarle las heridas al
más desdichado, aunque los costurones que llevamos cosidos a la piel
y al alma no desaparezcan nunca.
No, tranquilos, no voy a sacar a relucir estadísticas de Salud
Pública, Seguridad Social, Deportes, Derechos Humanos,
Internacionalismo Proletario, Yo sí puedo y Operaciones Milagro, en
fin, la inmensa Solidaridad con los Condenados de la Tierra. No.
Voy a recordarles cómo mueren de hambre y enfermedades curables
los niños de mi región. Dicen las cifras oficiales que son más de 50
por día, teniendo en cuenta que nadie cuenta las criaturas que ni
siquiera están registradas y, por lo tanto, también oficialmente, no
existen.
Voy a contarles de los "pibes banderas", chicos cuya edad
promedio oscila entre ocho y diez años, que no van a la escuela, por
supuesto, y que trabajan de sol a sol, por algunas monedas, para las
grandes plantaciones de soja, ah, la soja, que todo lo invade para
alimentar la panza, no de los muertos de hambre, sino de los enormes
carros que tragarán ese biocombustible parido con la muerte de miles
y miles de gente... Pero ¿por qué "chicos banderas"? El caso es que
ellos son utilizados como postes humanos, banderas, para marcar el
límite exacto que debe ser fumigado para que la soja crezca fuerte,
hermosa, entonces ellos están ahí abajo, con su cuerpito y su
banderín, marcando, y cuando el avión fumigador (cargado de veneno
Made in Monsato) pasa rasante sobre ellos y ellos se empapan, qué
importancia puede tener, y si mueren despellejados, cubiertos de
úlceras, podridos de cáncer, qué importancia puede tener, ¿no es
cierto?
Ya entendieron entonces por qué cuando muchos niños cubanos
afirman ante las cámaras de la TV, sin pestañear, sin rubor, que
están hartos del jamón y la mortadella, gratis, por supuesto —lo que
representa una erogación de cientos de miles de dólares al año— no
puedo dejar de estremecerme de ira, de espanto y de vergüenza.
Adjunto una foto de un "pibe bandera". Sin comentario.
Y para finalizar: en estos días hermosos, tan gratificantes, de
la Feria del Libro de La habana: ¿Se puede saber, por favor, qué les
estamos enseñando en las escuelas a nuestros niños, el relevo, los
que están llamados a perdurar la obra in-con-men-su-ra-ble de esta
Revolución que está cumpliendo 50 años?
*Periodista y escritora argentina radicada en Cuba desde 1969.