Al despedirse de Zoraida Hernández, la esposa, y de Alejandro, su
hijo, Noel los abrazó fuerte y, en un susurro, les repitió, "no se
preocupen, quien me va a operar es el profesor Lagomasino".
A Cepero, un cardenense de 58 años de edad que padecía una
obstrucción severa en varias arterias coronarias, le serían
colocados tres puentes, una riesgosa manipulación que, de tener
éxito, podía prolongarle la vida.
Ya en el salón Noel fue atendido por un grupo de prestigiosos
expertos encabezados por los cirujanos cardiovasculares doctores
Gustavo Bermúdez, Noel Castillo, Jean Luis Chao y Ernesto Chalup;
por el también doctor Jorge Luis Méndez, anestesiólogo, así como por
las licenciadas Eva Sánchez, Yamilé Medina, Lídice Bermúdez, Xiomara
Abraham y Milagros Díaz.
La llegada del doctor Lagomasino Hidalgo al salón resulta todo un
acontecimiento. El equipo médico y paramédico que lo acompaña en la
operación y que ya lleva cerca de una hora de trabajo con el
paciente guarda respetuoso silencio en espera de las órdenes e
indagaciones de rigor del cirujano principal.
Desde
la fundación del Cardiocentro de Villa Clara en 1986 el doctor
Álvaro Lagomasino ha realizado cerca de 3 000 intervenciones
quirúrgicas, de las más de 5 800 efectuadas allí por el prestigioso
colectivo que logra una supervivencia del 94, 8 %, la que en el caso
de los niños supera el 99,5 %. En la foto aparece en el centro,
junto al equipo que llevó a cabo la cirugía coronaria a Noel Miguel
Hernández Cepero.
Anestesiólogo, ¿alguna complicación?; comportamiento de los
signos vitales; Gustavito, ¿localizaste la arteria mamaria?, Chao
¿cómo va esa pierna?, Eva, todo listo... y así va comprobando cada
uno de los detalles que garantizan el éxito de su intervención.
Lagomasino da el listo y se encamina hacia el lugar que le
corresponde en el quirófano. A partir de ese momento se agudiza la
tensión en el salón. Cualquier error puede provocar la muerte del
paciente y eso ellos no se lo perdonarían.
Son horas interminables en las cuales estos 11 gladiadores de la
salud se afanan para salvar la vida de un ser humano, convencidos de
que afuera una familia espera el mejor de los resultados.
Tras batallar casi tres horas con el músculo cardiaco, Álvaro
Lagomasino levanta la mirada y esboza una sonrisa a sus acompañantes
como para anunciar que la operación ha resultado un nuevo triunfo
para el colectivo del Cardiocentro Ernesto Che Guevara.
Ahora sí está en condiciones de revelar a los lectores de
Granma algunos secretos de su vida:
—¿De dónde es usted?
—Soy habanero, de la Víbora.
—¿Entonces qué hace en Santa Clara?
—Es una larga historia. Vine aquí en 1969 para continuar los
estudios de Medicina, interrumpidos en La Habana al ser separado de
la carrera por errores que cometen los jóvenes. Aquí me enamoré de
la que sería mi esposa y de esta ciudad que es la tierra del Che, un
hombre a quien tanto admiro, razón por la cual decidí quedarme para
siempre en Santa Clara.
—¿Cómo llega la vocación por la Medicina?
—Bueno en realidad nunca tuve apego por esta carrera, aunque mamá
siempre expresaba que cuando yo tenía dos años decía que quería ser
médico, de lo cual no me acuerdo. En realidad ansiaba ser piloto,
pero fui denegado por padecer de asma. Después pensé estudiar
Arquitectura y al final decidí ser médico.
—Por suerte para este país.
—Y para mí. En el transcurso de la carrera fui formando la
vocación por esta profesión que es mi vida.
—¿Y la cardiología?
—El responsable de eso es Fidel, quien a finales de la década del
70 se empeñó en fomentar la Cirugía Cardiovascular y la Nefrología,
las cuales estaban muy atrasadas en el país. Tuve la dicha de ser
uno de los seleccionados para ir a Ciudad de La Habana a estudiar en
el Instituto de Cardiología y cuando me gradúo vengo a trabajar al
Cardiocentro de Santa Clara, fundado en 1986.
—¿Cuándo fue la primera vez que operó un corazón?
—En 1983, entonces era cirujano general. Te confieso que estaba
muy emocionado. Pensé que sería algo muy difícil, sin embargo en la
medida en que avanzaba la operación fui entrando en confianza y
aquello salió bien.
—¿Ya no se pone nervioso cuando opera?
—Sí como no. Cada vez que entro al salón me pongo muy tenso,
aunque no lo aparente. Imagínate es la vida de un ser humano lo que
tienes en tus manos.
—¿Qué hace la noche antes de entrar al salón?
—Vuelvo a estudiar bien el caso y después trato de hacer algo que
me relaje y que no tenga nada que ver con la medicina, como la
lectura o la televisión. A veces me pongo a pintar, recuerda que soy
amigo de Pedro Méndez y del colectivo de Melaíto.
—¿Qué siente cuando las cosas salen bien?
—Una satisfacción muy grande, y mientras más complicado es el
caso más contento me pongo. Enseguida pienso en la familia del
paciente que confió en nosotros.
—¿Y si sale mal?
—Eso es una desgracia. Paso días muy triste, es como si muriera
un familiar cercano.
—¿Se considera un cirujano famoso?
—Como dijera Martí "Toda la gloria del mundo cabe en un grano de
maíz". Yo soy una gente de pueblo. Dondequiera que llego me
reconocen, me saludan, me abrazan, es lo más lindo del mundo. Eso no
tiene precio.
—¿Cómo quisiera que lo recordaran sus pacientes?
—Como un amigo que los ayudó en un momento difícil.
—¿Nunca ha pensado que en otro país a lo mejor fuera
millonario?
—Quién dijo que yo no soy millonario. Aquí tengo el cariño de un
millón de personas que me quieren y un país muy lindo al que no se
puede traicionar.