Alta tensión en Madagascar

AIDA CALVIAC MORA

La paz y la seguridad abandonaron las calles de Antananarivo, disipadas entre el humo que consumió los centros comerciales y el hedor de los cuerpos calcinados. La capital malgache fue escenario recientemente de enfrentamientos y saqueos, luego de que el líder de la oposición y alcalde de la ciudad, Andry Rajoelina, depuesto el martes pasado, incitara a sus partidarios, más que a pedir la renuncia del presidente Marc Ravalomanana, al golpe de Estado contra el Ejecutivo.

Las huellas de la violencia aún son visibles en las calles malgaches.

Los disturbios comenzaron cuando la policía ultimó a uno de los participantes en una demostración callejera, encabezada por Rajoelina, contra el cierre de su emisora televisiva VIVA. El entonces alcalde, quien amenazó con imponer un gobierno de transición para el que solicitó apoyo militar a la comunidad internacional, acusó al gobernante de violar la Constitución, poner en peligro la democracia y malversar fondos públicos.

El incendio del edificio de la estación de radio y la televisión públicas, que parecía ser el epílogo de aquella protesta, se convirtió en hecho cotidiano de los días siguientes, en los cuales decenas de tiendas, oficinas y otros negocios fueron también siniestrados.

Los vándalos arremetieron contra las sedes de varias empresas relacionadas con el jefe de Estado, e incluso, la casa del portavoz presidencial, Moxe Ramandimbilahatra, fue incendiada y destruida por completo. Solo en un almacén del barrio de Analaqueli, totalmente reducido a cenizas, los bomberos hallaron al menos 37 cadáveres, aunque el periódico La Verdad, de Antananarivo, asegura que la cifra de los fallecidos supera el centenar y los heridos se acercan a 50.

El primer balance de los daños materiales dado a conocer por la televisión, arrojó que unos 100 inmuebles quedaron arrasados y miles de personas perdieron su trabajo, y la policía reportó la detención de 92 manifestantes.

Aún sin unanimidad sobre el número de víctimas, los medios coinciden en que en la capital de la mayor isla del continente africano se vivieron las peores escenas de violencia en años, aunque los saqueos se extendieron a otras localidades. Un grupo de turistas fue asaltado en un hotel de la ciudad portuaria de Tamatave, en la costa oriental del país, y en Tuléar cinco fueron los decesos, entre los cuales se encuentra el de una mujer embarazada que murió pisoteada por la muchedumbre en un supermercado.

Entretanto, la ONU y la Unión Africana (UA) pidieron a las autoridades locales garantizar la protección de la población civil e insistieron en que los partidos malgaches deben solucionar sus diferencias de manera pacífica.

El presidente Ravalomanana intentó detener el deterioro de la situación con un llamado a la unidad nacional y al diálogo con su rival político, y con la sustitución del jefe de la policía, Luciano Raharijaona, por el general Pily Gilbain, debido a la actuación de las fuerzas de seguridad durante los disturbios.

Sin embargo, de espaldas a todo intento de conciliación, Rajoelina, quien ya rechazó la orden de separación de su cargo emitida por el Gobierno, respondió incitando a nuevas revueltas y con el anuncio de su intención de solicitar al Tribunal Supremo la destitución del mandatario, a pesar de que la UA advirtió a los opositores que no admitirá en su seno regímenes no constitucionales.

Mientras el jefe de Estado recorrió la isla acompañado por una comitiva civil y militar, para constatar las condiciones del territorio tras los enfrentamientos y llamar a los ciudadanos a reanudar sus actividades cotidianas; el ex alcalde ordenó la cesantía de 192 jefes barriales y, tras convocar a una concentración frente al Ayuntamiento, pidió a los extranjeros no salir de sus casas, pues sus seguidores afirman que continuarán las manifestaciones hasta que él jure como Presidente.

En Madagascar se viven días de desasosiego, en un contexto de calles desérticas, escasez de suministros de primera necesidad, como el aceite y la harina, y largas filas para conseguir el poco combustible que queda en los depósitos: calma tensa y quebradiza en medio de la crisis política.

 

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