Después
de tantos años entre fabulaciones y realidades que ha puesto en
blanco y negro en las imprentas, Héctor Tizón se pregunta "si no ha
llegado la hora de quebrar el lápiz". Si en lugar de escritor fuera
un pugilista, hablaría de colgar los guantes. Pero ni modo. Este
narrador, uno de los más vigorosos de las letras contemporáneas
argentinas, actualmente en Cuba como parte del jurado del Premio
Literario Casa de las Américas 2009, da la impresión que tiene
todavía mucho que contar.
Lo del lápiz no es una metáfora: "Escribo a mano. Es algo
fatigoso pero necesario. Ya sé que los ordenadores facilitan el
trabajo, pero en mi caso la escritura manual me hace sentir viva la
creación".
Desde que publicó en 1960, curiosamente en México, fuera de los
cenáculos rioplatenses, la colección de relatos A un costado de
los rieles, hasta El resplandor de la hoguera, libro de
memorias aparecido el año pasado, Tizón ha ido tejiendo eslabones de
una carrera literaria grávida en calidades.
"A México me llevó la diplomacia, pero soy de Yala, provincia de
Jujuy, donde nací hará pronto 80 años. Por mucho que salga por el
mundo, siempre regreso allí. Eso sí, siempre me he tenido como un
hombre de fronteras. Mi abuelo español estuvo en la guerra en Cuba,
destinado en Camagüey. Regresó a España cuando la metrópoli perdió
la Isla y no pudo más ante la difícil situación de la época.
Entonces partían barcos en tres rutas hacia América y creyendo que
iba al trópico desembarcó en Argentina. Imagínese la frustración
inicial. Preguntó dónde se podían encontrar bananas y le dijeron que
fuera al norte, al cruce con Bolivia y Chile. No encontró bananas
pero las plantó".
Su vocación literaria nació tanto de los libros de la niñez y la
adolescencia —London, Conrad, Stevenson—, como de las narraciones
orales que escuchó de labios de nanas, familiares y vecinos.
En el vasto y a la vez íntimo "interior" de Argentina, Tizón se
siente en su salsa: "El escritor necesita tiempo y en las grandes
ciudades el tiempo cuesta muy caro".
El papel de la memoria es fundamental en sus construcciones
literarias. Sobre ello ha dicho: "Uno escribe fundamentalmente con
el recuerdo, con la memoria, y también por eso, quizá, con cierta
nostalgia: una especie de dolor por alguna cosa que cree que ha
perdido irremediablemente. Alguna historia, un gesto, un rostro, la
mirada de los otros, un nombre, que le hacen evocar una cosa perdida
ya. Quizá por eso, porque es esencialmente la memoria la que
escribe, tampoco puedo contar algo sin tener en cuenta el lugar en
el que vivo. He conocido escritores que se desplazan y se instalan
en un lugar para escribir sobre él. Yo no podría escribir prosa de
turista. Es más, casi nunca pude escribir ni siquiera sintiéndome
viajero, que es algo mucho más importante y digno. Si no conozco
profundamente el lugar, sus bosques, sus especies de hierbas, las
variaciones de su clima, las casas por dentro... no me sale nada".
Entre las novelas de Tizón se hallan títulos de hondo calado como
El cantar del profeta y el bandido (1972), La casa y el
viento (1984), Extraño y pálido fulgor (1999) y La
belleza del mundo (2004). Al ser presentada esta última por la
editorial Seix Barral, se dijo que "el estilo esencial, el tono
lacónico y una escritura que parece respirar con el ritmo mismo de
las cosas son algunos de los valores por los cuales la crítica
reconoce en Héctor Tizón a uno de los mejores escritores de lengua
española".
De modo que sería una pena quebrar el lápiz o colgar los guantes
con tal juicio a estas alturas.