¿Habrá llegado la hora de quebrar el lápiz?

Uno de los más notables narradores argentinos, Héctor Tizón, en el jurado del Premio Casa 2009

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

Foto: YORDANKA ALMAGUERDespués de tantos años entre fabulaciones y realidades que ha puesto en blanco y negro en las imprentas, Héctor Tizón se pregunta "si no ha llegado la hora de quebrar el lápiz". Si en lugar de escritor fuera un pugilista, hablaría de colgar los guantes. Pero ni modo. Este narrador, uno de los más vigorosos de las letras contemporáneas argentinas, actualmente en Cuba como parte del jurado del Premio Literario Casa de las Américas 2009, da la impresión que tiene todavía mucho que contar.

Lo del lápiz no es una metáfora: "Escribo a mano. Es algo fatigoso pero necesario. Ya sé que los ordenadores facilitan el trabajo, pero en mi caso la escritura manual me hace sentir viva la creación".

Desde que publicó en 1960, curiosamente en México, fuera de los cenáculos rioplatenses, la colección de relatos A un costado de los rieles, hasta El resplandor de la hoguera, libro de memorias aparecido el año pasado, Tizón ha ido tejiendo eslabones de una carrera literaria grávida en calidades.

"A México me llevó la diplomacia, pero soy de Yala, provincia de Jujuy, donde nací hará pronto 80 años. Por mucho que salga por el mundo, siempre regreso allí. Eso sí, siempre me he tenido como un hombre de fronteras. Mi abuelo español estuvo en la guerra en Cuba, destinado en Camagüey. Regresó a España cuando la metrópoli perdió la Isla y no pudo más ante la difícil situación de la época. Entonces partían barcos en tres rutas hacia América y creyendo que iba al trópico desembarcó en Argentina. Imagínese la frustración inicial. Preguntó dónde se podían encontrar bananas y le dijeron que fuera al norte, al cruce con Bolivia y Chile. No encontró bananas pero las plantó".

Su vocación literaria nació tanto de los libros de la niñez y la adolescencia —London, Conrad, Stevenson—, como de las narraciones orales que escuchó de labios de nanas, familiares y vecinos.

En el vasto y a la vez íntimo "interior" de Argentina, Tizón se siente en su salsa: "El escritor necesita tiempo y en las grandes ciudades el tiempo cuesta muy caro".

El papel de la memoria es fundamental en sus construcciones literarias. Sobre ello ha dicho: "Uno escribe fundamentalmente con el recuerdo, con la memoria, y también por eso, quizá, con cierta nostalgia: una especie de dolor por alguna cosa que cree que ha perdido irremediablemente. Alguna historia, un gesto, un rostro, la mirada de los otros, un nombre, que le hacen evocar una cosa perdida ya. Quizá por eso, porque es esencialmente la memoria la que escribe, tampoco puedo contar algo sin tener en cuenta el lugar en el que vivo. He conocido escritores que se desplazan y se instalan en un lugar para escribir sobre él. Yo no podría escribir prosa de turista. Es más, casi nunca pude escribir ni siquiera sintiéndome viajero, que es algo mucho más importante y digno. Si no conozco profundamente el lugar, sus bosques, sus especies de hierbas, las variaciones de su clima, las casas por dentro... no me sale nada".

Entre las novelas de Tizón se hallan títulos de hondo calado como El cantar del profeta y el bandido (1972), La casa y el viento (1984), Extraño y pálido fulgor (1999) y La belleza del mundo (2004). Al ser presentada esta última por la editorial Seix Barral, se dijo que "el estilo esencial, el tono lacónico y una escritura que parece respirar con el ritmo mismo de las cosas son algunos de los valores por los cuales la crítica reconoce en Héctor Tizón a uno de los mejores escritores de lengua española".

De modo que sería una pena quebrar el lápiz o colgar los guantes con tal juicio a estas alturas.

 

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