Sería redundante pretender inventariar una vez más la
interminable cantidad de atrocidades cometidas por Israel en Gaza,
juicio este que es avalado inclusive por personas e instituciones
que durante décadas le brindaron su más irrestricto respaldo. Este
mismo periódico ha reproducido la opinión de gran cantidad de
testimonios e ilustrado a sus lectores con brillantes análisis sobre
esta verdadera tragedia para la humanidad, desatada con la
complicidad de Estados Unidos y la tradicional hipocresía europea.
La nota de Juan Gelman ("¡Mentira! ¡Mentira! ¡No tiene perdón!", del
15 de enero) desbarata con una evidencia abrumadora el argumento
según el cual la actual masacre de Gaza (y digo masacre, porque no
se trata de una guerra sino de una carnicería) sería una respuesta
defensiva ante los ataques, por cierto que también inadmisibles, de
Hamas.
La barbarie perpetrada por el régimen de Tel Aviv reconoce pocos
antecedentes en los últimos tiempos: el bombardeo estadounidense con
napalm a las aldeas campesinas vietnamitas, la "limpieza étnica" de
Milosevic y algunas pocas aberraciones más. Es difícil encontrar
ejemplos parecidos. A lo que más se parece es a la infame y cobarde
agresión que el régimen nazi y su aliado fascista en Italia
descargaron sobre Guernica. Como en esa pequeña ciudad vasca, en
Gaza se produce una matanza indiscriminada de mujeres y niños, bajo
la falsa acusación de que eran todos terroristas, desmentida una y
mil veces, para eterna condena de sus perpetradores, por las miles
de fotografías que circulan por todo el mundo. Se nota que el
régimen israelí aprendió muy bien de su patrón estadounidense las
malas artes de las mentiras y los engaños. Esas fotografías
demuestran los inauditos alcances del genocidio y la saña con que lo
practican las fuerzas armadas israelíes. Se destruyen escuelas,
universidades, hospitales y, la propia oficina de las Naciones
Unidas en Gaza. Se prohíbe el ingreso de periodistas practicándose
una descarada censura de prensa y se sellan las puertas de esa
ciudadela para impedir la llegada de toda ayuda humanitaria privando
a la población de Gaza de alimentos y medicamentos esenciales.
Esta salvajada solo podría ser vívidamente retratada por un genio
como Pablo Picasso, cuya pintura del horror que padeció Guernica es
un testimonio imperecedero que condena inapelablemente y hasta el
fin de la historia a sus malditos agresores. Lamentablemente hoy no
tenemos un Picasso, pero las imágenes que con valentía se han podido
tomar y difundir tienen una conmovedora elocuencia que ya está
sacudiendo el espíritu de millones en todo el mundo. Y en Israel
mismo, son cada vez más los ciudadanos que aborrecen los crímenes
que en su nombre comete un gobierno que junto con su protector,
financista y proveedor de armamentos, Estados Unidos, se ha
convertido en uno de los mayores terroristas del planeta y una
amenaza para la humanidad y, sobre todo, para el pueblo judío. No es
exagerado calificar a los indignos y malignos gobernantes de Israel
como auténticos herederos de la barbarie de los nazis, que también
asesinaban indiscriminadamente para aterrorizar a la población; que
también buscaban asegurarse su "espacio vital" para garantizar la
impunidad de sus acciones; que también masacraban con su
superioridad militar a poblaciones indefensas, y que también
mentían, como recomendaba Goering, porque de tanto hacerlo creían
que esas mentiras se convertirían en verdades.
Es doloroso constatar la involución del Estado israelí, tan lejos
hoy de los sueños de grandes pensadores judíos, como Martín Buber,
que lo imaginaron como la realización de un original modelo
socialista. Un Estado a cuya ilegitimidad de origen se le agrega
ahora una ilegitimidad aún mayor, emanada de la carnicería
practicada sobre una población civil indefensa que obliga a
preguntarse cuán democrático puede ser un Estado que perpetra tales
crímenes. Ilegitimidad de origen, decíamos, no porque el pueblo
judío no tenga derecho a tener su Estado, pues ese derecho es
indiscutible y Hamas debe reconocerlo sin más dilaciones. Pero
ilegitimidad porque se erigió robando tierras a otro pueblo al que
también le asiste el mismo derecho. El acuerdo entre el colonialismo
británico y el imperialismo norteamericano que al final de la
Segunda Guerra Mundial se tradujo en la creación del Estado de
Israel fue posible porque, ante la debilidad del mundo árabe, pudo
apropiarse para Israel de un territorio que no era solo suyo sino
que se compartía con los palestinos. Este despojo está en la base
del interminable conflicto que desangra a la región y que solo se
agrava con el correr de los años. Si no ha habido paz durante más de
medio siglo no ha sido por algún problema coyuntural o por la
limitación de algún funcionario o gobernante de Israel o de
Palestina. No hay paz, ni podrá haberla, mientras no se ponga fin a
ese despojo territorial creando, junto al Estado de Israel, un
Estado palestino dotado de un territorio propio, geográficamente
contiguo y viable económicamente. La abrumadora superioridad militar
de que hoy dispone Israel es una garantía muy frágil para su
supervivencia cuando se la examina desde el prisma de la historia.
Por eso, sus cobardes halcones, patéticos discípulos de Hitler, son
los peores enemigos del pueblo judío. Pero ya hay algunos indicios
de que un sector creciente de la ciudadanía israelí se está
percatando de esta aberrante situación y comienza a protestar contra
la agresión a Gaza y a exigir una política más sensata, y acorde con
las mejores tradiciones del pueblo judío, para llegar a una solución
definitiva de este sangriento conflicto.
(Tomado de Página/12)