El estigma de los jeringuillazos

ALFONSO NACIANCENO
alfonso.gng@granma.cip.cu

Las constantes escaramuzas, agitadas a todo trapo por la gran prensa norteamericana, contribuyen a mantener el tema en cartelera. El ex lanzador de los Yankis de Nueva York, Roger Clemens, y el conocido toletero Barry Bonds, todavía insisten —aunque no les creen— en probar sus supuestas inocencias en los casos de dopaje analizados por la comisión Mitchell.

Roger Clemens.

¿Qué ha acontecido?

El mamotreto (hablo del Informe de 409 páginas presentado el 13 de diciembre del 2007 por George Mitchell, ex lider del Senado) involucró a siete beisbolistas ganadores del premio de Más Valioso, a 31 participantes en Juegos de las Estrellas y a otras 85 figuras de la gran carpa.

A Clemens en particular se le trabó el paraguas ante su entrenador Brian McNamee, quien declaró a las autoridades federales que le inyectó esteroides 12 veces entre 1998 y el 2001. La dilación del caso del serpentinero, hoy pendiente de una demanda en dinero contante y sonante presentada por McNamee, muestra el fracaso de la citada comisión y su informe.

Después de un año en que el Gobierno ha ejercido presión sobre los directivos del béisbol para conseguir algunos avances, Bud Selig, comisionado de las Grandes Ligas, aceptó las recomendaciones del extenso texto, pero no sancionó a los hombres por sus infracciones pasadas.

No solo se trata de un asunto ejecutivo, que podría afectar los jugosos ingresos producidos por el evento, sino también de falta de conciencia para darle solución en aras del juego limpio, porque cómo explicar que hace poco se habló de proponer al primera base retirado Mark Mcwire para el Salón de la Fama, a pesar de ser otro tramposo.

Cuando fue creada la comisión Mitchell, Estados Unidos, en medio del actual empeño internacional por suprimir el uso de sustancias prohibidas, intentó ofrecer al mundo la imagen de que estaba decidido a llevar hasta las últimas consecuencias la lucha contra esa negativa práctica, pero, como era de esperar, el doping no solo ha avanzado en las filas del béisbol, se extiende a otras disciplinas.

Dicen que descendió el promedio de jonrones conectados en cada jornada de las Grandes Ligas en este 2008, elemento esgrimido por algunos comentaristas como una prueba de que hoy los peloteros se inyectan menos. Pero el esfuerzo por erradicar esa nociva práctica es pálido, en un año signado por uno de los mayores escándalos para el deporte estadounidense, cuando la fraudulenta velocista Marion Jones, despojada de sus cinco medallas olímpicas de Sydney 2000 (tres de oro), pasó seis meses en la cárcel por también participar en una estafa bancaria.

Otro estelar como el ciclista texano Lance Armstrong, siete veces consecutivas campeón del Tour de Francia, ha sido sometido a más de 10 sorpresivas pruebas antidoping, una de ellas recientemente en su casa después de un entrenamiento de cuatro horas, por hallarse bajo la sospecha de doparse.

Son realidades que no tiene cómo resolver el deporte norteamericano, cuando llega al final del 2008 acompañado por la vergüenza de los jeringuillazos.

 

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