Tropa de elite

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

Premiado en el último certamen de Berlín, Tropa de elite se ha convertido en uno de los filmes más buscados en este 30 Festival. Lo que narra tiene todos los componentes para amarrar en la luneta y cortar la respiración a partir de un tema tan viejo como el cine, pero que en los últimos años ha ido cobrando dimensiones de pantano generalizado: la delincuencia y la lucha sangrienta contra ella, en este caso ubicado el conflicto en las favelas brasileñas.

La cinta, que ya pasó a los libros como la más vista en menor tiempo en la historia cinematográfica de Brasil (11 millones de espectadores), ha sido criticada lo mismo por los sectores de izquierda que de la derecha. Los primeros han llegado a acusarla de fascista y de aupar el extermino indiscriminado entre las capas más pobres de la población, como método infalible para erradicar el narcotráfico y las olas de asesinato que conforman una sola marea de desolación, y los segundos le achacan el presentar un cuerpo de policías demasiado corrupto y despiadado, lejos de lo que —opinan–– es la realidad.

Su director José Padilha ha tratado de navegar entre las dos aguas: mientras muestra la tortura y el crimen como método cotidiano de su Batallón de Operaciones Especiales de la Policía, parece sugerir al mismo tiempo que no habría que desdeñar del todo esa variante de la barbarie como eficaz erradicador de la delincuencia.

Los hechos tienen lugar en 1997 y se relacionan con la llegada del Papa Juan Pablo II a Río de Janeiro. El Pontífice se alojará en un sitio cercano a las favelas y por lo tanto hay que limpiar a toda costa. Uno de los enganches de la historia es el atractivo que ejerce la figura principal, un capitán eficazmente interpretado por Wagner Moura, capaz de no respetar absolutamente nada con tal de cumplir su misión. Los uniformados del gatillo alegre visten de oscuro con una calavera como símbolo de lo que representan. Un terror perfectamente comprendido, lo mismo por culpables como por inocentes que conocen de torturas y de disparos precipitados.

Por supuesto que la película tiene matices enmarcados en el eterno asunto de los consumidores de drogas y los suministradores, culpables y menos culpables, caras manifiestas de los que delinquen y matan y caras de cuello blanco que se mueven como sombras por las alturas del entramado social.

Como es una cinta bien concebida en su planteo estético, los retos polémicos que propone al espectador la redondean y la convierten en una apreciada obra.

Y para adelantar algo de esa polémica que motivará Tropa de elite, transcribo palabras de su director: "En Brasil un policía tiene tres opciones en la vida real: o se corrompe, o no hace nada o va a la guerra".

Y además, un dato curioso surgido de una encuesta del instituto Vox Populi: el 53% de los que vieron el filme en Brasil respaldan los métodos del capitán de marras y el 43 lo rechaza. El 94% del público aplaude la cinta y el 79% consideró que muestra a la policía tal como es, mientras que el 53% piensa que el capitán Nascimento, el protagonista del film, es un héroe.

 

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