Premiado
en el último certamen de Berlín, Tropa de elite se ha
convertido en uno de los filmes más buscados en este 30 Festival. Lo
que narra tiene todos los componentes para amarrar en la luneta y
cortar la respiración a partir de un tema tan viejo como el cine,
pero que en los últimos años ha ido cobrando dimensiones de pantano
generalizado: la delincuencia y la lucha sangrienta contra ella, en
este caso ubicado el conflicto en las favelas brasileñas.
La cinta, que ya pasó a los libros como la más vista en menor
tiempo en la historia cinematográfica de Brasil (11 millones de
espectadores), ha sido criticada lo mismo por los sectores de
izquierda que de la derecha. Los primeros han llegado a acusarla de
fascista y de aupar el extermino indiscriminado entre las capas más
pobres de la población, como método infalible para erradicar el
narcotráfico y las olas de asesinato que conforman una sola marea de
desolación, y los segundos le achacan el presentar un cuerpo de
policías demasiado corrupto y despiadado, lejos de lo que —opinan––
es la realidad.
Su director José Padilha ha tratado de navegar entre las dos
aguas: mientras muestra la tortura y el crimen como método cotidiano
de su Batallón de Operaciones Especiales de la Policía, parece
sugerir al mismo tiempo que no habría que desdeñar del todo esa
variante de la barbarie como eficaz erradicador de la delincuencia.
Los hechos tienen lugar en 1997 y se relacionan con la llegada
del Papa Juan Pablo II a Río de Janeiro. El Pontífice se alojará en
un sitio cercano a las favelas y por lo tanto hay que limpiar a toda
costa. Uno de los enganches de la historia es el atractivo que
ejerce la figura principal, un capitán eficazmente interpretado por
Wagner Moura, capaz de no respetar absolutamente nada con tal de
cumplir su misión. Los uniformados del gatillo alegre visten de
oscuro con una calavera como símbolo de lo que representan. Un
terror perfectamente comprendido, lo mismo por culpables como por
inocentes que conocen de torturas y de disparos precipitados.
Por supuesto que la película tiene matices enmarcados en el
eterno asunto de los consumidores de drogas y los suministradores,
culpables y menos culpables, caras manifiestas de los que delinquen
y matan y caras de cuello blanco que se mueven como sombras por las
alturas del entramado social.
Como es una cinta bien concebida en su planteo estético, los
retos polémicos que propone al espectador la redondean y la
convierten en una apreciada obra.
Y para adelantar algo de esa polémica que motivará Tropa de
elite, transcribo palabras de su director: "En Brasil un policía
tiene tres opciones en la vida real: o se corrompe, o no hace nada o
va a la guerra".
Y además, un dato curioso surgido de una encuesta del instituto
Vox Populi: el 53% de los que vieron el filme en Brasil respaldan
los métodos del capitán de marras y el 43 lo rechaza. El 94% del
público aplaude la cinta y el 79% consideró que muestra a la policía
tal como es, mientras que el 53% piensa que el capitán Nascimento,
el protagonista del film, es un héroe.