Las peripecias de los piratas somalíes son noticias de todos los
días, que alternan con el caos y la violencia en un país donde la
inestabilidad es el status quo. Sin autoridad central desde que en
1991 fue derrocado Siad Barre, y con un gobierno de transición que
apenas sobrevive en un entorno de beligerancia constante, la ONU
calcula que al menos 8 000 civiles han muerto en los combates en
Somalia desde el 2006, y los refugiados suman ya dos millones.
Ataques cada vez más audaces y certeros, con mayor grado de
violencia, indican que los piratas han ganado en confianza y
organización. Ya no son solo focos aislados de delincuentes en
lanchas rápidas, operando en zonas cercanas a la costa, sino
pandillas bien armadas que maniobran en aguas internacionales,
empleando lanzadores de granadas, rifles semiautomáticos y técnicas
sofisticadas como el GPS (Sistema de Posicionamiento Global).
La presencia de buques de guerra de las armadas de varias
naciones, para custodiar la ruta comercial que une al Océano Índico
y al Mar Rojo, no parece disuadirlos. Incluso el anuncio de que la
OTAN lanzará una operación naval a partir del 8 de diciembre, no
impidió el espectacular secuestro, con sabor a desafío, del super
petrolero saudita Sirius Star, el mayor botín hasta la fecha.
La carga del barco, alrededor de dos millones de barriles de
crudo, está valorada en 100 millones de dólares y sus pérdidas
directas fueron a la cuenta de Estados Unidos, país al que iba
destinado, poseedor de la marina de guerra más poderosa del planeta.
Sin embargo, como reconoció el portavoz del Pentágono, Geoff
Morrell, "usted puede tener todas las armadas del mundo, desplegando
todos sus navíos en esa zona y eso jamás resolvería el problema".
Perpetrado a casi 830 kilómetros del puerto keniano de Mombasa,
muy apartado de las costas somalíes, este asalto confirma que los
alardes de fuerza militar en las operaciones de vigilancia y
custodia solo amplían el radio de acción de los piratas, quienes,
según datos de la ONU, cobraron en lo que va del 2008 entre 25
millones y 30 millones de dólares por concepto de rescate.
Producto de esa actividad, en el Golfo de Adén, por donde
transita la cuarta parte del crudo que consume Occidente, y al menos
16 000 cargueros al año, se han disparado las primas de seguro que
pagan las compañías navieras, antes dispuestas a asumir los riesgos
en lugar de invertir en medidas de seguridad.
Para evitar el paso por las aguas que se extienden entre Somalia
y Yemen, la A.P. Moller-Maersk A/S, principal naviera europea,
recomendó a los capitanes de sus buques más pesados navegar en torno
al Cabo de Buena Esperanza, al sur de África, mientras la noruega
Odfjell SE ordenó lo mismo a los suyos, lo que significa que algunos
de los viajes durarán hasta dos semanas más, y que se afecten países
como Egipto, cuya tercera fuente de ingresos proviene de los
servicios del Canal de Suez, entre el Mediterráneo y el Mar Rojo,
por el que atraviesan anualmente más de 20 000 barcos mercantes.
La piratería ha llevado la prosperidad a localidades costeras
como Eyl, donde se encuentran bajo custodia la mayoría de los navíos
raptados y existe una red de infraestructura en función de los
secuestros, que incluye alojamiento y restaurantes exclusivos para
los rehenes.
Convertida en una aspiración para los jóvenes pobladores, la
actividad —toda una industria— genera ingresos que sustentan un
estilo de vida envidiable, por las tarifas de rescate que oscilan
entre los 300 000 y 1,5 millones de dólares, aunque por el Sirius
Star exigieron en principio 25 millones.
No obstante, como señala un informe de Chatam House, grupo de
política internacional con sede en Londres, "aunque los atractivos
financieros de la captura de navíos son evidentes, gobiernos y
empresarios occidentales han contribuido enormemente al problema. La
industria pesquera de Somalia ha desaparecido en los últimos 15
años, y son buques europeos y asiáticos los únicos que pescan en la
zona. La agricultura ha colapsado, excepto a niveles de
subsistencia, mientras la inestabilidad política y la violencia
hacen de la muerte un suceso cotidiano".
Más que despliegues militares en defensa de recursos que le están
negados, Somalia necesita colaboración para eliminar los
enfrentamientos internos y la miseria, enquistados en la región y en
buena medida causantes del fenómeno. Su posición geográfica
privilegiada debería beneficiar también a su pueblo, y ello hace de
la piratería naval un flagelo a resolver en tierra firme.