Leonera

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

Otra película sobre cárceles, pero diferente, porque más allá de ese mundo atroz, casi un subgénero a partir de muchos filmes y seriales para la pequeña pantalla, lo que cuenta ahora es una historia de maternidad tras las rejas, asumida con tal identificación por parte del espectador, que no hay duda en cuanto a la efectividad de su tratamiento artístico.

Leonera, quinto filme de Pablo Trapero que abrió el 30 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, lo eleva por encima de sus anteriores entregas –-todas ellas permitiendo apreciar el paso ascendente del artista–– y lo coloca en la vanguardia del proceso de renovación que está teniendo lugar en la cinematografía argentina.

Es cierto que el director retoma el camino de los seres marginales en una sociedad en la que gusta inspirarse, y que la estructura de Leonera sea quizá la más clásica de todas sus películas, pero sobresale en ella un férreo guión que tiene entre sus propósitos llenar de vida, gradualmente y rechazando cualquier impronta de "ser humano fabricado en una pieza", al personaje central, Julia, una joven que tras un lance sangriento ––mantenido con todo propósito en la confusión–– es conducida a la cárcel, ya en estado de embarazo.

Y en la cárcel, entre rencillas, atrocidades y también muestras de humanidad, Julia tendrá que criar a su hijo y el espectador comprenderá que una de las virtudes de esta historia, enteramente de ficción pero con ecos provenientes de la vida misma, es su capacidad de trascender los marcos de un país y de un continente y de conectarse en diferentes latitudes hasta con las sensibilidades más aceradas.

La película se rodó en varias prisiones argentinas y en papeles secundarios participan por igual actores no profesionales y antiguas reclusas. Se sabe de los peligros que a veces acarrean estas asociaciones. Pero el tono de representación que se logra se integra perfectamente a una estética inquietante y empeñada en resultar verosímil a toda costa, no importa que en los comienzos impere una atmósfera de irrealidad, un no saber qué hay con sabor a mal sueño, planeando tanto sobre la protagonista como sobre los espectadores.

Pero lo grande del filme es el proceso de maternidad y la relación madre-hijo en un escenario impensable para ella. Momentos emotivos para no revelar aquí en un drama de amor y de espiritualidades que hacen estremecerse en sus asientos no solo a aquellas que pasaron por un salón de parto. Esencial en el asunto resultó que Trapero contara en el papel principal con su propia esposa, Martina Gusman, en un excelente desempeño, y que la llegada reciente de un hijo los alumbrara en el proceso creativo.

¿De nuevo la vieja historia, clásica del cine latinoamericano, de la madre dándolo todo por un hijo?

Sí, pero en un altísimo nivel.

 

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