Graduado de Medicina en el Jefferson Medical Collage, de
Filadelfia, Estados Unidos, en 1855, echa a un lado las buenas
ofertas que tenía para trabajar en el país norteño y regresa a su
tierra a finales de ese propio año.
Durante su existencia sabrá sobreponerse a una serie de sucesos
personales adversos, entre ellos el haber sufrido cuando joven un
ataque de Corea que lo deja con dificultades para articular las
palabras, y la pérdida del primer embarazo de su esposa Adela.
Conocido por haber identificado al mosquito nombrado hoy Aedes
aegypti como el vehículo transmisor de la fiebre amarilla, lo más
notable de su obra es el hecho de enunciar un nuevo modo de contagio
de las enfermedades a través de la existencia de un agente biológico
intermedio, capaz de propagar el germen del mal de un sujeto enfermo
a uno sano.
Al elaborar tan revolucionaria teoría, Finlay rompe de manera
radical con las concepciones epidemiológicas vigentes en su época,
según las cuales las patologías solo podían diseminarse por contagio
directo entre las personas o debido a la influencia de un factor
ambiental.
Sin embargo, los postulados del galeno cubano son recibidos con
escepticismo e indiferencia por la mayoría de sus colegas.
Así sucede cuando el 14 de agosto de 1881 termina de exponer ante
la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La
Habana su trabajo El mosquito hipotéticamente considerado como
agente transmisor de la fiebre amarilla.
Tras finalizar la histórica sesión, regresa al hogar y le comenta
a su esposa: Nadie habló en contra, es verdad, pero lo hubiera
preferido. Hubiera deseado que refutaran cada concepción, punto por
punto para debatir, hablar y convencerlos, o que me convencieran a
mí. Fuera del salón la frase hiriente y mordaz, no la oposición
digna y honrada del adversario.
Pasarán casi veinte años y las ideas de Carlos Juan no serán
tomadas en cuenta por las autoridades coloniales españolas, y
tampoco después por los interventores norteamericanos.
Luego del fracaso de una cuarta comisión médica enviada a Cuba en
1900 por el gobierno de Estados Unidos para investigar la causa de
la fiebre amarilla, presidida por el doctor Walter Reed, los
miembros de esta deciden comprobar la teoría del sabio cubano y lo
visitan, obteniendo de él toda la información que necesitan, así
como huevos y mosquitos infectados para que puedan hacer sus
pruebas. Con ese gesto muestra su gran nobleza y desinterés.
Basada en las recomendaciones de Finlay de destruir las larvas
del mosquito en sus propios criaderos, en 1901 y bajo la dirección
del médico militar norteamericano William Gorgas, La Habana es
sometida a una masiva campaña contra el insecto, la cual demuestra
la certeza de la teoría esbozada por Carlos Juan hacía dos décadas.
A pesar de los intentos de Walter Reed de pretender adjudicarse
el mérito de que fue él quien con sus experimentos llegó a la verdad
sobre la fiebre amarilla, personalidades científicas de diferentes
países reconocieron en su momento la obra de Finlay.
En varias ocasiones entre 1905 y 1915, año de su muerte acaecida
el 19 de agosto, fue propuesto para el Premio Nobel de Medicina,
único cubano que hasta el momento ha sido postulado a tan preciado
galardón a título individual.
También recibió importantes condecoraciones, entre ellas la
medalla Mery Kingsley, máxima distinción conferida por la Escuela de
Medicina Tropical de Liverpool, Gran Bretaña, y la insignia de la
Legión de Honor, otorgada por el Gobierno de Francia.
Más allá de los malsanos propósitos de determinados círculos
norteamericanos por arrebatarle la gloria de su descubrimiento, en
1954 el XII Congreso de Historia de la Medicina celebrado en Roma,
aprobó la moción de que solo a Carlos Juan Finlay Barrés, de Cuba,
corresponde el hallazgo del agente transmisor de la fiebre amarilla.
Reconocido por la UNESCO entre los seis microbiólogos más grandes
de todos los tiempos, en honor a su memoria el 3 de diciembre se
celebra anualmente el Día de la Medicina Latinoamericana.
Hombre amante de su familia, bondadoso y modesto, Carlos Juan
Finlay encarna el paradigma del verdadero hombre de ciencia.
Nuestros galenos, enfermeras, técnicos y demás trabajadores de la
salud tienen en él una guía para ser cada vez mejores.