En estos tiempos, donde los íconos se fabrican y el mero
espectáculo suplanta al arte verdadero, resulta alentador saber cómo
dentro de la nueva hornada de músicos cubanos emergen jóvenes que
privilegien la innovación reflexiva a partir del apego a sus raíces,
lo cual quedó demostrado en las jornadas de Jojazz 2008.
Lo interesante está en la articulación entre sucesivas
generaciones que entienden el discurso jazzístico como un crisol en
continua fragua, donde los saberes aprendidos sirven de base para
los hallazgos.
Prueba al canto, el concierto que ofreció Maraca y su banda Otra
Visión en el teatro Amadeo Roldán. Días atrás comentábamos en esta
misma página las alturas confirmadas por el flautista, compositor y
director de orquesta a lo largo de su más reciente itinerario.
Ahora, al escuchar a su agrupación, no solo el público pudo advertir
la jerarquía interpretativa del músico, sino también su visión para
amalgamar talentos jóvenes.
El solo de Keisel Jiménez en la batería alcanzó una cualidad
paradigmática. En lugar de abrumar al oyente con alardes de
virtuosismo e intensidad, Jiménez recreó la paleta tímbrica y
rítmica de la percusión cubana. Otro tanto sucedió con las
intervenciones del pianista Alejandro Falcón, quien dejó entrever un
perfil propio sobre la base de influencias sabiamente filtradas.
Ambos, al igual que los restantes elementos de la banda, se avienen
al estilo abarcador de Maraca, que cuenta también con un fuera de
serie en su nómina, el trompetista Reinaldo Melián.
En el orden de las composiciones, el auditorio tomó notas de
significativas novedades: la transparente fluidez de Danzón siglo
XXI, la vocaciòn melódica de Costa sur, la alternancia de
los patrones rítmicos de Picante, y la relectura del estándar
Todo o nada. Y como aperitivo del disco de música bailable,
avecinada desde luego al jazz, la trepidante Descarga dura.
Al final no hubo lugar para dudas: Maraca es uno de los reyes
contemporáneos del jazz afrocubano.