A la saga de Dolly y otros cuentos africanos (Premio Pinos
Nuevos, 1994), Oh vida (Premio Luis Felipe Rodríguez, 1998),
La hija de Darío (Premio Alejo Carpentier, 2005) y la novela
Nadie es profeta (Ediciones Unión, 2006), Laidi Fernández de
Juan (Ciudad de La Habana, 1961) suma este volumen de cuentos que
toma la capital como escenario, donde se asoma a los mundos
interiores de una serie de personajes femeninos que llevan los
trazos de su entorno grabados sobre la piel.
La autora, con un estilo alejado de los fuegos artificiales de
ciertos rebuscamientos literarios, concibe un fresco de diversas
zonas de la realidad a través de la indagación psicológica en la
identidad sociocultural de mujeres que se enfrentan a situaciones
rodeadas de incógnitas, de luces y sombras como los bien entrados
atardeceres.
A partir del abordaje de temas como la amistad, las relaciones
familiares, las rupturas pasionales y las esperanzas que palpitan al
ritmo de la existencia diaria, la narradora pone en manos del lector
un grupo de relatos en los que vierte, desde una aguda mirada
femenina, sus emociones encontradas a lo largo del bregar por los
más disímiles caminos que atraviesan esta ciudad tan dada al don de
los poetas.
El volumen, publicado por la editorial Unión y presentado por el
humorista Osvaldo Doimeadiòs en la sala Rubén Martínez Villena de la
UNEAC, reúne historias que reflejan las venturas y desventuras de la
vida citadina, en las que no faltan guiños cómplices a esas
canciones trovadorescas que han sostenido especialmente los muros de
las ilusiones y las añoranzas de una parte de las más nuevas
generaciones.
La vida tomada de María E, Viaje de los hijos, Perla y
Nácar, Aunque tú y Gata encerrada —en el que
retrata con fino humor e ironía los vacíos que se ocultan detrás del
mascarón de falsedad que algunos adoptan en ciertos círculos
"intelectuales" con tal de sobresalir y triunfar—, son una muestra
de los cuentos que nos conducen a esa tierra incógnita de la
espiritualidad humana, donde los recuerdos se guardan como reliquias
y los sentimientos más nobles iluminan los espacios inexplorados de
nuestra existencia.