Una
conocida escena contada por Sergio Pitol al inicio de El arte de
la fuga lo muestra a su llegada a Venecia por primera vez. Es
octubre de 1961 y acaba de bajarse del tren en que viaja de Trieste.
Al consignar la maleta descubre que ha perdido los espejuelos en el
hotel en que había dormido la noche anterior o en el vagón recién
abandonado. Así debe recorrer la ciudad: "Se me escapaban los
detalles", escribe, "se desvanecían los contornos". Los edificios,
las plazas, los cuadros, todo lo que siempre soñó ver aparece
difuminado, diluido por una miopía que distorsiona las imágenes. Al
final del día regresa al tren que lo lleva de vuelta y, al abrir la
maleta, descubre algo en un bolsillo de la chaqueta. Son,
naturalmente, los espejuelos.
Es posible percibir en esa pequeña historia los rasgos de una
poética. Esa visión difusa, esa inseguridad en el poder de los
sentidos, ayudan a explicar ciertas tendencias en la obra de Pitol:
un modo de escribir en que los géneros se contaminan y en que la
realidad y la ficción se cruzan, una propensión a elaborar historias
que el propio narrador no llega a entender con claridad. Escritor de
difícil clasificación, Pitol pertenece a una genealogía rara entre
nosotros, a una tradición excéntrica que su misma obra ha ayudado a
consolidar.
Viajero impenitente, lector voraz y políglota insaciable, no es
raro que nuestra lengua le deba no solo esa obra, sino también la
incorporación de traducciones de Henry James y Conrad, de Jane
Austen y Ford Madox Ford, de Andrzejewski y Gombrowicz, de Tibor
Déry y Lu Hsun.
Dueño de una escritura singular y deslumbrante en la que
encontramos títulos como los que integran el denominado Tríptico del
Carnaval (El desfile del amor, Domar a la divina garza,
La vida conyugal) y el Tríptico de la Memoria (El arte de
la fuga, El viaje, El mago de Viena), Pitol ha
debido padecer el asedio de premios y homenajes, de los que el
Cervantes y el Rulfo son apenas los más resonantes. Curiosa
fascinación la que despierta, si se tiene en cuenta que Pitol se
empeña en escribir a contracorriente y que más de una vez ha citado
una regla básica aprendida de Gide: "no aprovecharse nunca del
impulso adquirido".
Esta Semana es otra forma de homenaje a Pitol y también una
fiesta para sus lectores, la cual celebramos con sus libros y con la
oportunidad de tenerlo entre nosotros.