Dentro
y fuera de la Isla, la poética visual de Luis Enrique Camejo (Pinar
del Río, 1971) va configurando un sello personal en su manera de
tratar la ciudad, el tiempo y la memoria.
En
fechas recientes, este artista, formado entre 1983 y 1990 en el
sistema de escuelas de arte hasta el nivel superior, generó
entusiasmos e inquietudes en críticos y aficionados que asistieron a
sus exposiciones en la galería Yaco García, Panamá, y el Pan
American Art Project, Miami, compartida esta con el argentino Pablo
Soria.
Como para pasar balance a la etapa de crecimiento y maduración de
su proyección temática y estilística, el pintor agrupó una muestra
representativa de su obra en un libro de próxima aparición.
En el prólogo de ese volumen, el artista y crítico Antonio Eligio
Fernández (Tonel) escribió: "Luis Enrique Camejo ha reunido en el
transcurso de su trayectoria una obra notable, caracterizada por la
calidad y por el talento para equilibrar los valores, a veces
contradictorios, que enriquecen su visión artística".
Breves pero certeras palabras en el contexto de un ensayo mayor,
estas apuntan a tres momentos fundamentales en la obra de Camejo: la
definición del tema, la ejecución pictórica y la huella en el
espectador.
Camejo se ha decantado por ciertos ángulos de la trama urbana
—¿La Habana u otras ciudades?, poco importa— sobre los cuales
privilegia la captación instantánea, la pátina de la nostalgia, la
grisura que deja la lluvia, la impersonalidad de la noche, la
fragmentación de la luz en las vidrieras, la indeterminación de sus
habitantes. Más que atrapar calles y pasajes en el espejo de sus
cuadros nos devuelve los espejismos que tales imágenes evocan.
Una tarea semejante exige un oficio contenido, un dominio muy
exacto de la paleta cromática y un estricto control de los efectos
luminosos; solo así es posible tomar distancia tanto de la tendencia
al realismo fotográfico como de los tópicos del paisajismo urbano.
Porque lo que Camejo transmite no es un inventario de la ciudad
ni los presagios de sus vicisitudes, sino la condición volátil de la
memoria. La sensación de fuga estimula los sentidos y deja en la
pupila el registro agridulce que nos aviva el intelecto.