Hojeando
por aquí y por allá me encuentro con unas declaraciones del
reconocido escritor argentino Guillermo Martínez (1962) en las que
expresa que en la narrativa actual de su país conviven al menos
cuatro generaciones, con tendencias estéticas agudamente
contrapuestas.
A partir de los años 80 ––opina él–– se desarrolló un bando
dominante en los espacios de poder cultural y en la crítica
académica, que trató de instalar un pensamiento crítico único: el
desprecio automático por las novelas que proponen una trama (y la
celebración automática simétrica de cualquier novela sin trama como
estadio supuestamente superior), el rechazo a las novelas "de ideas"
o de personajes, la exaltación de lo fragmentario, lo moroso, lo
incompleto, lo paródico, como si fueran por sí mismos atributos de
sofisticación narrativa, y la invocación de supuestos "experimentos"
del lenguaje, que repiten, entre la ignorancia y la mala fe, el
repertorio exhausto de 100 años de modernismo.
Por suerte también hay —aclara Martínez–– escritores que siguen
creyendo en la imaginación, en la posibilidad de ir más allá de lo
"ya dicho", y que se plantean todavía el desafío de la originalidad.
En este último cuadro presentado por Martínez es donde, sin
explicarlo él mismo, se inscribe su obra de sostenido hilo narrativo
y con más interés en crear atmósferas que en hacer gala del detalle
gráfico, o de un dominio del lenguaje que lo convierta en un
estilista.
Pero no es hacia Martínez, también doctor en Matemáticas y con
una de sus novelas a punto de ser llevada al cine, hacia donde
apuntan estas líneas, sino a las estéticas que en todas partes se
desgranan y son defendidas en sus particularidades por aquellos que
la toman como sostén para ejercer el oficio, al tiempo que suelen
excomulgar a los que no rindan pleitesía a la forma narrativa
propugnada.
Novela realista, novela experimental, novela barroca, novela
posmodernista, novela comprometida, novela nacional, novela
histórica, novela insistiendo todavía en el realismo mágico, novela
de aventuras, policiaca, erótica; se escribe lo que se quiera
escribir y atrás parecieran ir quedando los tiempos de los dictados
críticos profesionales, entre otras razones porque los críticos ––no
pocos escritores también–– a ratos dan prueba de su incapacidad para
desprenderse del más pernicioso de los juicios: "solo lo que me
gusta a mi... es bueno"¼ y por lo tanto
sus "directivas" cada vez son tomadas menos en serio.
Hay una literatura a la que el tiempo hace "vieja"
irremediablemente, pero a nadie se le puede obligar que escriba a
tono con una proclamada última moda (o nuevo rompimiento con el
canon tan llevado y traído) porque la imaginación, la posibilidad de
ir más allá de lo "ya dicho", la originalidad, la poesía, la
facultad de conmover son los factores que deben prevalecer en
cualquier estética asumida, y no la estética per se.
Además, ¿cuántas modas, deslumbrantes en su tiempo y copiadas
hasta el delirio ––al igual que hoy se hace con mayor o menor
fortuna––, no se convirtieron en pasto del olvido?
En la novela todo vale y todas las tendencias y temas deben
tenerse en cuenta como la mejor de las convivencias en una
confrontación estética donde no siempre las reglas del juego (esas
decisiones en sus diferentes niveles; escritor-escritor,
escritor-editorial, escritor-jurados de premios) se encuentran bien
definidas.
O lo que es lo mismo: la novela y los novelistas expresándose con
calidad en el terreno que mejor se sientan y sin ningún tipo de
corsé que los invalide antes de ser enjuiciados, o peor aún, leídos.