El Patio de La Jiribilla

Los sueños contra viento y marea

FIDEL DÍAZ

Tras algunas piedrecillas en su camino, la tropa de La Jiribilla se empeñó en reabrir El patio de Baldovina. En poco tiempo, estas descargas que propone la revista en su nueva sede de 5ta. y D, en el Vedado, han conquistado un amplio club de jóvenes que tienen entre sus prioridades ese goce de moler ideas en el poético ambiente trovadoresco.

Para este renacer del Patio, el equipo de La Jiribilla logró la complicidad de Gerardo Alfonso. Yo meditaba sobre este trovador que con sus 50 años de edad —bromeó varias veces con ello— no solo mantiene sus principales virtudes, sino que aprovecha la maduración de ellas para desplegar un intenso proceso creativo.

En los últimos meses, Gerardo lo mismo ha estado trabajando a dos guitarras, que con una sinfónica, un piquete de aire jazzístico, o en su esencia, a pura guitarra; todo ello con un nivel de terminación que implica horas y horas de ardua labor. Si eso fuera poco, en cada concierto Gerardo Alfonso trae nuevas canciones, en las que su poética se adentra con agudeza en la problemática que más nos acusa en la calle, en el barrio, en la vida cotidiana.

Me pregunto cómo sostiene esa energía creativa. Con la cantidad de canciones suyas que figuran entre las antológicas de la trova cubana, o más difícil aún, que formen parte del imaginario imaginería popular, y Gerardo Alfonso no se sienta en el trono. No solo descargó, sino que le puso ese extra de la complicidad má-gica; la que pasa por un chiste, una idea que brota de la intención de una frase, por esa imagen que flota en el contexto¼ así, entre Quisiera, Giovanna, Como si fuera un gato, Eres nada, Sábanas blancas, y otras más recientes, fuimos tocando el mundo, desde un dolor global hasta la caricia más íntima.

Tras el concierto previsto, pulsó su guitarra para dar otra tanda complaciendo peticiones, la cual terminó con el canto al Che que sigue acompañando los mejores empeños. Son los sueños todavía, los que tiran de la gente¼ dijo Gerardo y aplaudimos esa sencillez del trovador que no cree en temporal, ni en la tonta fama, ni en su propia popularidad, sino en la creación. Gracias a esa manera de asumir la trova, se sentó, como quien empieza el camino de comunicar los laberintos de su alma. Gerardo entró en el juego cómplice de los soñadores de La Jiribilla, de los amigos que persistimos en el abrazo solidario, rebelde, en la mirada crítica al espacio circundante, externo e interno, siempre hacia el horizonte del amor.

 

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