Entre mediados de septiembre y el pasado 31 de octubre en 32
estados de ese país, un estimado de 27 millones de electores fueron
autorizados a depositar su voto por adelantado, sin tener que
presentar una justificación. En el resto del país, otros 13 millones
también lo hicieron demostrando tener una razón y justificación para
ello. Hay registrados unos 187 millones de votantes, pero deben
ejercer el sufragio unos 120 millones, lo que equivale, según
especialistas, a que el 30% de los electores ya habían votado antes
del 4 de noviembre.
Cerca de un 60% de esos votantes eran afiliados demócratas que se
considera votaron a favor de Obama. Un indicio temprano de la
victoria que anunciaron antes de la medianoche los medios de
difusión norteamericanos.
Barack Obama ha desarrollado una sorprendente y meteórica campaña
que lo lleva hacia la Casa Blanca, caracterizada por una
sistemática, metódica y perseverante organización. Aunque es
evidente que su intención de llegar al más alto cargo del poder
ejecutivo norteamericano surge desde mediados de la década de los
años 80 del pasado siglo, el hito más reciente en ese camino lo
constituye el magistral discurso que pronunció en la Convención
Demócrata del 2004, a lo cual siguió su elección como senador
federal en las elecciones del 2006, cuando los republicanos
perdieron el control de la Cámara de Representantes y del Senado.
En esa trayectoria, septiembre del 2007 marca el momento en que
Obama pasa de ser un político más entre el pelotón de aspirantes a
la presidencia, prácticamente desconocido para la población
norteamericana y solo mencionado por su discurso del 2004 y el hecho
de ser negro (o afro-americano), a colocarse entre los punteros de
la ruta. Es la ocasión cuando Obama toma como bandera la oposición a
la guerra en Iraq (tema por entonces en el primer plano de la
atención pública) y se equipara en recaudación de fondos a Hillary
Clinton, favorita entre los candidatos demócratas.
En rápida y espectacular sucesión, en diciembre Obama logra
emparejarse a Hillary en las encuestas de opinión pública como
candidato favorito y se anota un brillante triunfo en el primer
evento de las primarias, los caucuses de Iowa del 3 de enero de este
año, relegando a Hillary a un deslucido tercer lugar. El 5 de
febrero, en el Gigamartes, le cierra a su contrincante demócrata la
posibilidad de conquistar un número sustancial de delegados, lo que
repite posteriormente en el Supermartes del 4 de marzo y con una
sucesión de victorias en primarias y caucuses durante los meses de
febrero y marzo.
En el "sprint" final de las primarias consigue, a mediados de
mayo, empatar y superar decisivamente a Hillary Clinton en el número
de superdelegados (en la práctica representa el respaldo del "establishment"
demócrata) que apoyan su nominación y, finalmente, antes de que se
cierre el período de primarias, rematar el trayecto hacia la
nominación a la presidencia por el Partido Demócrata al obtener el
número de delegados necesarios.
En esos menos de nueve meses, Obama se convirtió en un personaje
histórico en la política norteamericana, con el respaldo de la
mayoría del "establishment" demócrata. El pequeño y débil
grupo de un año atrás, con Obama como figura central, había
derrotado en las primaras y desplazado del control del Partido
Demócrata a la formidable maquinaria política de Bill y Hillary
Clinton, creada en un período de tres décadas, incluyendo los ocho
años cuando Bill ocupó la presidencia de Estados Unidos.
Contrariamente al criterio sostenido por comentaristas y
especialistas políticos de que la tenaz lucha por la nominación
entre Hillary y Obama amenazaba con dividir al Partido Demócrata,
esa pugna contribuyó decisivamente a la unión entre las distintas
tendencias y ha sido un factor clave en la victoria que hoy se
materializará en las urnas. Por el contrario, aunque John McCain
logró, desde fecha tan temprana como febrero, garantizar la
nominación por su Partido como candidato a la presidencia, fue
porque sus contrincantes abandonaron la lucha, y no como resultado
de la unidad o aceptación de su candidatura por las distintas
fuerzas republicanas. Esta diferencia entre la forma en que uno y
otro candidato obtuvieron la nominación, constituirá un factor clave
en los resultados de las elecciones de hoy.
Aunque el clima político en Estados Unidos determinaba que esta
es una elección donde los demócratas debían lograr elegir su
candidato a la presidencia del país, ese triunfo ha estado calzado
por una campaña electoral muy eficiente, diseñada y ejecutada por un
equipo muy cohesionado y leal a Obama que se ha mantenido unido toda
la contienda.
Desde un inicio, Obama se propuso dar batalla a sus opositores,
fuesen los otros aspirantes demócratas o su rival republicano, en
todo el territorio nacional y ello le permitió darse a conocer,
crear vínculos en el aparato y bases del Partido en todo el país y
acumular fuerzas, primero entre los delegados a la Convención
Demócrata y adicionalmente en la identificación y registro de
potenciales votantes con vistas a las elecciones del 4 de noviembre.
En contraste, tanto Hillary como McCain adoptaron la forma
tradicional de hacer campaña, basándose en los lugares y grupos que
históricamente se han inclinado a uno y otro partido.
Crucial para Obama en el desarrollo de esa estrategia fue el
empleo de millares de voluntarios, de la creación de grupos
profesionales de campaña en todos los estados y de una red integral
en Internet. Consiguió así presentar batalla en todos los
escenarios, captar cientos de miles y hasta millones de votantes,
dar a conocer a Obama, divulgar sus posiciones y enfrentar las
campañas de descrédito contra el candidato que llevaron a cabo tanto
el equipo de Hillary Clinton como el de McCain.
Pero, muy en especial, la campaña de Obama impuso récord en un
importantísimo e imprescindible componente en la lucha por la
presidencia: la recaudación de dinero, abarcando tanto las pequeñas
donaciones de ciudadanos individuales durante las primarias como las
decisivas contribuciones financieras de instituciones y empresas en
la etapa final de la campaña durante los meses de octubre y
noviembre. No solamente la campaña de Obama contó con más de tres
millones de donantes, sino que entre ellos se destacó el importante
aporte del núcleo de poder económico y político norteamericano.
Obama llega a estas elecciones con el respaldo de la clase dominante
de Estados Unidos. Aunque no se tienen las cifras finales, las
donaciones a la candidatura de Obama pueden fácilmente sobrepasar la
cifra de $800 millones de dólares. Ya, con lo que se conoce
oficialmente, Obama ha recaudado más dinero que lo recaudado
conjuntamente por los candidatos George W. Bush y John Kerry en las
elecciones del 2004.
Para que se tenga una idea del costo de esta campaña, podemos
apuntar que el Center for Responsive Politics calcula que desde
enero del 2007 hasta la fecha se habrán gastado $2,4 mil millones de
dólares en la elección presidencial y $2,9 mil millones de dólares
en las de los 435 congresistas y 100 senadores federales: un total,
solo en esos dos eventos, de $5,3 mil millones.
Cuando se analizan los distintos aspectos de la campaña de Barack
Obama, podemos constatar que, salvo pequeños baches en marzo y abril
durante las primarias y en la segunda semana de septiembre, su
candidatura siempre ha estado en ascenso y en un desempeño más
fuerte, cohesionado y bien definido que las de sus rivales,
incluyendo a Hillary Clinton y a John McCain.
A partir del 14 de septiembre, la explosión de la crisis
financiera representó el puntillazo a las aspiraciones
presidenciales del candidato republicano, quien a pesar de esfuerzos
desesperados (entre ellos una entrevista al ultra conservador
periódico Washington Times - no confundir con el Washington Post)
donde criticó fuertemente a la Administración Bush, no ha podido
deshacerse de la maldita herencia de los últimos ocho años de
mandato del inepto George W. A ello se suma el pobre desempeño de su
elegida como compañera de fórmula, la amazona ártica de Alaska,
Sarah Palin, y de las infelices actuaciones de ambos en los tres
debates presidenciales y en el vicepresidencial. Esto completa el
panorama de la debacle republicana de hoy.
La contienda ya no era pareja entre McCain y Obama. El demócrata
llevaba una amplia ventaja y solo quedaba a su rival la esperanza
del oculto factor racial a la hora de votar. Lo más esperado era que
Obama ganara por un amplio margen del voto electoral, posiblemente
sobrepasando el nivel de 300 votos, conquistando estados como
Virginia, Nevada y Colorado de fuerte tradición republicana y hasta
otros pendulares como Ohio o Florida.
El triunfo presidencial demócrata estará acompañado por la
segunda victoria consecutiva de dicho Partido en las elecciones del
Congreso federal. No es improbable que el margen de control
demócrata en la Cámara, que hoy es de 36 congresistas, se amplíe a
100, lo que representaría una ganancia neta en estas elecciones de
30 escaños. En el Senado, también está dentro de las posibilidades
que los demócratas ganen la ansiada cifra de 10 nuevos senadores, lo
cual les aseguraría el total de 60 senadores para derrotar al
"filibusterismo", que se ejercita en determinados debates y
votaciones en esa Cámara.
Así Barack Obama completa una jornada histórica y tendrá que
enfrentarse a otra.
* El autor es especialista en Relaciones Internacionales y fue
jefe de la Sección de Intereses de Cuba en Estados Unidos de
septiembre de 1977 a abril de 1989.