Venían decididos a cambiar la suerte de las artes escénicas en
Cuba, alejadas hasta entonces de las transformaciones
socioeconómicas que se producían en el país al calor de la
revolución triunfante.
Cuarenta años después Rafael González, el actual director del
grupo, aborda diferentes momentos de la historia pasada y presente
de una institución que, como dijera la doctora Graziella Pogolotti,
"preservó la esperanza en los años difíciles del quinquenio gris y
en los verdaderamente duros del periodo especial, porque ahí ha
seguido alentando la corriente profunda de nuestra tradición
teatral".
¿Cómo nace la idea del grupo?
Corrieri y Gilda venían de Teatro Estudio y ya allí había
inquietudes respecto al divorcio entre lo representado en escena y
los problemas cruciales que vivía la sociedad. Entonces ellos tienen
la iniciativa de buscar un lugar para realizar un experimento que
rompiera con aquella separación, y el lugar escogido fue
precisamente el Escambray.
¿Por qué ese y no otro lugar?
Se pensó también en Moa, la Isla de la Juventud y otros lugares,
sin embargo, Sergio se decidió por el Escambray, que era, en su
momento, el lugar más atrasado y más violento de Cuba, que acababa
de vivir la guerra contra el bandidismo y donde tendría lugar un
plan de desarrollo en el cual pretendían insertarse.
¿El primer éxito?
Sin lugar a dudas La Vitrina, de Albio Paz, puesta en
escena en febrero de 1971, es la primera obra fruto de una
investigación, en la que el público participaba colectivamente en la
solución de la trama central planteada, que tenía que ver con la
contraposición entre los obreros agrícolas y los pequeños
productores inmersos en el proceso de colectivización.
¿Cómo fue la reacción del público?
Increíble. El hecho de que vieran representadas en la obra las
inquietudes que los afectaban hizo que ganáramos la mayor simpatía.
Los temas de la tierra, el bandidismo, la religión, los prejuicios
sociales en torno al machismo o la relación de pareja y los
problemas de los jóvenes eran muy cercanos a ellos.
¿Después de La Vitrina qué pasó?
Luego vinieron otras obras también importantes, sin embargo,
El juicio, de Gilda Hernández, resultó el experimento más
interesante de participación del público en el espectáculo. Otros
momentos significativos fueron las puestas en escena de Ramona,
La emboscada y Los novios, de Roberto Orihuela, así
como Molinos de viento, un trabajo de mi autoría, las que
también marcaron una pauta, aunque de una forma u otra todas
cumplieron su cometido.
¿Qué ha cambiado en el Grupo Teatro Escambray desde entonces?
La esencia es la misma, lo que ha cambiado es el contexto en que
hacemos las cosas. Ya aquel campesino ingenuo que encontró Sergio al
llegar aquí en 1968 no existe. La nueva perspectiva ha implicado
cambios en los códigos teatrales utilizados, por situarse frente a
públicos diversos con otro nivel cultural.
¿Nombres imprescindibles en estas cuatro décadas?
Resulta difícil mencionar a todos los que de una forma u otra han
contribuido a prestigiar al grupo, que han sido muchos, sin embargo,
creo que hay tres nombres imprescindibles sin los cuales no se
pudiera escribir la historia del grupo: Corrieri, Gilda y Carlos
Pérez Peña.
¿Cómo era Gilda?
La madre protectora de todos.
¿Y Sergio?
Como artista era exigente consigo mismo y con los demás,
imaginativo, en fin, un actor y un director excepcional. Un amigo.