Aniversario 40 del Grupo Teatro Escambray

Fieles al legado de Corrieri

FREDDY PÉREZ CABRERA

El 6 de noviembre de 1968 llegaron a las montañas de la región central de Cuba Sergio Corrieri, su mamá Gilda Hernández y el núcleo fundador de lo que sería el Grupo Teatro Escambray.

Rafael González, actual director general del GTE.

Venían decididos a cambiar la suerte de las artes escénicas en Cuba, alejadas hasta entonces de las transformaciones socioeconómicas que se producían en el país al calor de la revolución triunfante.

Cuarenta años después Rafael González, el actual director del grupo, aborda diferentes momentos de la historia pasada y presente de una institución que, como dijera la doctora Graziella Pogolotti, "preservó la esperanza en los años difíciles del quinquenio gris y en los verdaderamente duros del periodo especial, porque ahí ha seguido alentando la corriente profunda de nuestra tradición teatral".

¿Cómo nace la idea del grupo?

Corrieri y Gilda venían de Teatro Estudio y ya allí había inquietudes respecto al divorcio entre lo representado en escena y los problemas cruciales que vivía la sociedad. Entonces ellos tienen la iniciativa de buscar un lugar para realizar un experimento que rompiera con aquella separación, y el lugar escogido fue precisamente el Escambray.

¿Por qué ese y no otro lugar?

Se pensó también en Moa, la Isla de la Juventud y otros lugares, sin embargo, Sergio se decidió por el Escambray, que era, en su momento, el lugar más atrasado y más violento de Cuba, que acababa de vivir la guerra contra el bandidismo y donde tendría lugar un plan de desarrollo en el cual pretendían insertarse.

¿El primer éxito?

Sin lugar a dudas La Vitrina, de Albio Paz, puesta en escena en febrero de 1971, es la primera obra fruto de una investigación, en la que el público participaba colectivamente en la solución de la trama central planteada, que tenía que ver con la contraposición entre los obreros agrícolas y los pequeños productores inmersos en el proceso de colectivización.

¿Cómo fue la reacción del público?

Increíble. El hecho de que vieran representadas en la obra las inquietudes que los afectaban hizo que ganáramos la mayor simpatía. Los temas de la tierra, el bandidismo, la religión, los prejuicios sociales en torno al machismo o la relación de pareja y los problemas de los jóvenes eran muy cercanos a ellos.

¿Después de La Vitrina qué pasó?

Luego vinieron otras obras también importantes, sin embargo, El juicio, de Gilda Hernández, resultó el experimento más interesante de participación del público en el espectáculo. Otros momentos significativos fueron las puestas en escena de Ramona, La emboscada y Los novios, de Roberto Orihuela, así como Molinos de viento, un trabajo de mi autoría, las que también marcaron una pauta, aunque de una forma u otra todas cumplieron su cometido.

¿Qué ha cambiado en el Grupo Teatro Escambray desde entonces?

La esencia es la misma, lo que ha cambiado es el contexto en que hacemos las cosas. Ya aquel campesino ingenuo que encontró Sergio al llegar aquí en 1968 no existe. La nueva perspectiva ha implicado cambios en los códigos teatrales utilizados, por situarse frente a públicos diversos con otro nivel cultural.

¿Nombres imprescindibles en estas cuatro décadas?

Resulta difícil mencionar a todos los que de una forma u otra han contribuido a prestigiar al grupo, que han sido muchos, sin embargo, creo que hay tres nombres imprescindibles sin los cuales no se pudiera escribir la historia del grupo: Corrieri, Gilda y Carlos Pérez Peña.

¿Cómo era Gilda?

La madre protectora de todos.

¿Y Sergio?

Como artista era exigente consigo mismo y con los demás, imaginativo, en fin, un actor y un director excepcional. Un amigo.

 

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