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por esperada su partida ha dejado de conmovernos profundamente y
siento la necesidad de compartir algunas reflexiones sobre el
profesor eminente, el jurista destacado, el revolucionario
consecuente, el hombre público de sólidos principios éticos que fue
Julio Fernández Bulté. Cuando la Unión de Juristas de Cuba decidió
otorgarle el Premio Nacional de Derecho Carlos Manuel de Céspedes a
comienzos de este año, expresé que esa decisión, justa y merecida,
nos enaltecía a todos y la valoré como una contribución muy valiosa
para subrayar la importancia del Derecho en la historia de la
Patria, en su presente y en su futuro.
En efecto, Cuba ha tenido grandes juristas porque posee una
historia del Derecho que debe ser estudiada no solo por necesidades
nuestras, sino también porque es útil para América y el mundo. Con
sus antecedentes, los principios del Derecho alcanzaron altas
cumbres en la Asamblea de Guáimaro, el 10 de abril de 1869. Primero,
para organizar un gobierno en armas en medio de la manigua se
necesitaba coraje, inteligencia y cultura. Es un legado que debemos
tener siempre muy presente. Y segundo, porque desde los tiempos
remotos de la forja de la nación, desde Félix Varela hasta hoy, este
país se ha caracterizado por una tradición jurídica vinculada a los
ideales de liberación y soberanía. Céspedes y Agramonte eran
juristas eminentes y fundaron la nación cubana desde la trinchera de
combate.
Fernández Bulté se forjó como jurista en la Revolución. Desde los
tiempos de la lucha insurreccional militó en las filas de Acción y
Sabotaje del Movimiento 26 de Julio, y, al mismo tiempo, en la
Juventud Socialista, es decir, abrazó la causa de la lucha armada de
Fidel y las ideas socialistas también de Fidel.
Forjador de nuevos letrados, acumuló un impresionante currículo
por el que ha merecido numerosos reconocimientos. Sus méritos en la
Cátedra y su participación en la lucha y en la Revolución que lo
forjó, nos invitan a reflexionar, a partir de su ejemplo, sobre esa
historia jurídica cubana. Deseo subrayar, asimismo, su activa labor
como promotor cultural no solo desde el aula sino también desde la
prensa y la televisión. Recordemos su destacada participación en la
lucha por el regreso del niño Elián González, secuestrado en Estados
Unidos, y en la lucha nacional e internacional por la excarcelación
de los Cinco Héroes cubanos presos en cárceles del imperio.
Polemista, hombre de criterio propio, que no vaciló nunca en poner
su talento, su vasta cultura al servicio de la Revolución. Él tomó
plena conciencia de que solo con la ética, la educación, el Derecho
y la política culta podemos vencer los obstáculos que pesan hoy
sobre una humanidad amenazada de muerte por una combinación
diabólica de maldad y de estupidez. Sin la juridicidad, no se podrá
garantizar la ética a escala social ni lograr la invulnerabilidad
ideológica a la que se refiere con insistencia el compañero Fidel.
La trayectoria vital de Fernández Bulté nos incita a repasar
brevemente algunos hilos de la historia más reciente. Nuestra
Revolución surgió de una insurrección armada, y nació así porque
antes, Fulgencio Batista con el apoyo de los imperialistas había
violentado todos los principios jurídicos de la vieja sociedad
neocolonial. Las raíces históricas de nuestra Revolución están,
pues, en la lucha contra los violadores de la ley. Es útil
subrayarlo en un momento en que algunos de los procesos
revolucionarios en marcha en nuestra América vienen influidos muy
directamente por la aspiración a resaltar el Derecho y los
principios institucionales. Los ejemplos de Venezuela, Bolivia y
Ecuador están bien a la vista.
En estos momentos es preciso encontrar nuevos caminos para la
Patria y el socialismo, y para la búsqueda del pensamiento
filosófico que necesita el siglo XXI, y al resaltar el ejemplo que
nos deja Fernández Bulté, insisto en la pertinencia e importancia de
la juridicidad en la historia de la Revolución y en el futuro del
mundo.
Ello constituye una necesidad educativa y política inmediata. No
encuentro algo más práctico y trascendente para honrar y ser
consecuentes con la vida y las ideas del amigo y del revolucionario
que fue Fernández Bulté.
Las nuevas generaciones de juristas deben plantearse como tarea
impostergable estudiar los textos de Fernández Bulté, como también
de todos los que han aportado hitos a nuestra rica tradición en ese
campo, sin olvidar que al hacerlo tendrán que prestar atención a la
entrañable unidad entre vida y obra, entre rigor jurídico, pasión
revolucionaria y vocación de servicio.
Me sumo pues, con modestia martiana, al homenaje al entrañable
amigo, al inclaudicable jurista Julio Fernández Bulté.