Su irrupción en el plano internacional tuvo lugar en 1943, cuando
el Museo de Arte Moderno de Nueva York presentó a tres
representantes de la vanguardia inicial, Amelia Peláez, Fidelio
Ponce y Carlos Enríquez, y a dos jóvenes que evidenciaron
prontamente su talento: uno era Mario Carreño; el otro Cundo
Bermúdez.
A partir de ese momento, dentro y fuera de Cuba, con paciencia y
rigor, inmerso en un medio donde el arte era mirado como un lujo de
pocos y no una necesidad de muchos —recuérdese que tuvo que colgar
sus cuadros en 1937 en el parque Albear—, el pintor acrecentó sus
valores. Hitos decisivos en esa trayectoria fueron sus exposiciones
en París (1951) y Munich (1952), su selección a la Bienal de Sao
Paulo (1956) y la magnífica muestra personal de ese año en el Lyceum
habanero. En 1994 la casa de subastas Sotheby’s le dedica una velada
conmemorativa por sus 80 años.
Al conocer la noticia del fallecimiento de Bermúdez, Lesbia Vent
Dumois, presidenta de la Asociación de Artistas Plásticos de la
Unión de Escritores y Artistas de Cuba, expresó a Granma:
"Fue uno de los representantes de la llamada Escuela de La Habana, y
pertenece por derecho propio al patrimonio artístico de la nación.
El Museo Nacional de Bellas Artes atesora parte de su legado.
Debemos estudiar su obra y detenernos en ella".
Había nacido en La Habana el 3 de septiembre de 1914. En 1930 sus
inquietudes artísticas lo llevaron a la Academia de San Alejandro.
Su nombre estará siempre asociado a los de Mariano, Carreño,
Portocarrero y Martínez Pedro.