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De positivas pero insuficientes ante la gravedad de las ejecuciones
extrajudiciales en Colombia, calificaron hoy defensores de derechos
humanos la destitución por el gobierno de 25 oficiales del Ejército.
Reinaldo Villalba, de la Coordinadora Colombia-Europa-Estados
Unidos (CCEEU), que congrega a un centenar de organizaciones, señaló
que la medida aplicada por el gobierno debe verse como un triunfo de
los defensores de derechos humanos.
Puntualizó que precisamente esos grupos han denunciado
reiteradamente esa grave situación y han sido los abanderados del
clamor de la sociedad colombiana.
Subrayó que la medida debe ser sólo el primer paso de un largo
camino ante la enorme dimensión del problema de las ejecuciones
extrajudiciales en el país.
Al respecto advirtió que no se trata de negligencia o falta de
control de los mandos militares sino de una situación sistemática y
generalizada.
Por su parte, Stefan Ofteringer, observador internacional,
declaró a Prensa Latina que el gobierno colombiano debe investigar
todos los hechos que ocurren en el país y que no son fenómenos
aislados sino generalizados.
Precisamente, hoy la CCEEU presentó un detallado y demoledor
informe titulado Ejecuciones extrajudiciales: Una realidad
inocultable, el cual señala que sólo entre enero del 2007 y julio de
este año 535 personas murieron en ejecuciones extrajudiciales.
El documento advierte que esa cifra corresponde a los homicidios
atribuibles directamente a la fuerza pública y no incluye aquellas
en las cuales los uniformados actuaron en contubernio con grupos al
margen de la ley, en especial los paramilitares.
Ello representa un muerto por día, casi el doble de lo reportado
entre 2002 y 2007 y el triple con respecto a la etapa anterior a la
toma de posesión del gobierno de Álvaro Uribe.
Según la CCEEU no fue posible determinar en el 78 por ciento de
los casos si fueron objeto de algún proceso judicial o si permanecen
en completo olvido por las autoridades.
Este miércoles el presidente Uribe y su cúpula militar anunciaron
la destitución de tres generales, cinco coroneles, siete tenientes
coroneles, cuatro mayores, un capitán, un teniente, seis sargentos y
un cabo.
Los militares estaban involucrados en las desapariciones de al
menos 23 jóvenes de Soacha y Bogotá, cuyos cadáveres fueron hallados
luego en Ocaña, en el departamento de Norte de Santander, reportados
por el ejército como muertos en combate.
Sin embargo, el presidente Uribe reconoció que una investigación
evidenció serias negligencias en los mandos militares que
permitieron la comisión de esos crímenes.
Asimismo se comprobó la confabulación de los militares con
delincuentes, para hacer ver falsamente que se estaba combatiendo a
grupos paramilitares, cuando en realidad eliminaron a personas
inocentes.
Dania Sánchez, de la Coordinadora Minga, defensora de los
derechos humanos, dijo que es necesario cuestionar no sólo a quienes
cometieron los delitos, sino en general a la política de Seguridad
Democrática del gobierno.
Esa política, dijo, ofrece a los militares incentivos a cambio de
resultados, que se traducen en muertos en combate, que a la larga
son personas inocentes que son presentadas como guerrilleros o
paramilitares.