Hace pocos meses la editorial del Educational Testing Service, de
la ciudad tejana de Austin, quiso publicar el poema La muralla,
uno de los tantos textos fundamentales en la obra de Nicolás
Guillén.
A los editores les parecía esencial que los alumnos de la
enseñanza media en ese estado conocieran en su lengua original la
musicalidad y, sobre todo, el profundo sentido humano del poema del
gran bardo antillano.
Pero al iniciar los trámites para la adquisición de los derechos
de autor, tropezaron con la barrera infranqueable de la OFAC
(Oficina de Control de Activos Extranjeros), una dependencia del
Departamento del Tesoro que persigue con saña cualquier tipo de
transacción con la Isla.
Final de la historia: el Educational Testing Service decidió no
meterse en problemas.
Otro tanto aconteció a los editores de la casa Holt McDougal, una
de las más acreditadas empresas de publicaciones de materiales de
uso pedagógico. En su serie de textos en español, a solicitud de la
comunidad académica, debían publicar el poema Epístola,
también de Guillén, pero no encontraron por parte de las autoridades
estadounidenses modo alguno para concretar el pago por los derechos.
En tales casos, como en muchos otros, el bloqueo yanki se vuelve
contra el pueblo norteamericano. Una política hostil y obsesiva
impide a los ciudadanos de ese país tener acceso a los valores
culturales de una nación vecina.
Por idénticos motivos, que rayan con el ridículo, Pearson
Prentice Hall, otra empresa líder en libros para la enseñanza, se
vio privada de incluir en la colección Huellas de la literatura
latinoamericana poemas de José Lezama Lima, Roberto Fernández
Retamar y Nancy Morejón y un relato de Alejo Carpentier; mientras la
editorial de la Universidad de San Diego, California, ha tenido que
cancelar un proyecto relacionado con la poesía y la prosa de Lezama.
Tan perjudicial para Cuba como para el público de EE.UU. resultan
las trabas que opone el gobierno de este último país a la
circulación de películas realizadas en la isla caribeña.
El Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos (ICAIC)
no ha podido acceder al American Film Market, que sesiona anualmente
en Santa Mónica, California, ni a las convenciones de NAPTE, dos
sitios clave a escala internacional en el negocio audiovisual.
La venta de cine cubano por vía satelital, frecuente en el mundo
de hoy, no ha sido posible hasta el momento, básicamente por el
predominio casi absoluto de tecnologías y empresas comercializadoras
norteamericanas.
Entretanto, los muchos admiradores de la filmografía insular en
ese territorio quedaron con el deseo de contar con Jorge Luis
Sánchez, el realizador de El Benny, quien debía participar en
el Havana Film Festival de Nueva York en abril pasado. Rigoberto
López, director de Yo soy del son a la salsa, corrió la misma
suerte ante la invitación que le cursara el Silver Lake Film
Festival, vetado como Sánchez, bajo el acápite que sustenta la
negación de visas por "entrañar riesgos a la seguridad nacional de
EE.UU".
El pasado septiembre, en la localidad de Cape Cod, Massachussets,
se llevó a cabo un seminario titulado Para Aprender de Cuba, al cual
acudieron diversas personalidades que abogan por la normalización de
las relaciones culturales entre EE.UU. y la Isla.
Allí Mavis Anderson, una abogada perteneciente a la organización
Latin American Working Group, dijo: "Es hora de poner las cosas de
frente. Cuando tengamos un nuevo presidente, lo primero que debemos
exigir, en el orden de la política exterior hacia América Latina, es
acabar con el bloqueo contra Cuba".