La
consigna "Unidad en la diversidad", que inauguró la Campaña 500 Años
de Resistencia Indígena, Negra y Popular en la década del noventa,
intentaba corregir, en el andar de los movimientos sociales, los
años de distanciamientos entre sus luchas. Al mismo tiempo en que
algunos guardaban los manuales marxistas y Francis Fukuyama
celebraba el "fin de la historia", los sectores populares caminaban
hacia su recomposición y fijadas posturas hacia los gobiernos.
El diálogo pudo abrirse, por fin, con el surgimiento de la
Alternativa Bolivariana para los pueblos de nuestra América (ALBA),
el único esquema de integración en el área, que institucionaliza la
participación de los movimientos sociales.
"La declaración final de la Asamblea de Movimientos Sociales
realizada este mes en Guatemala evidencia ese reconocimiento a los
principios de cooperación, complementariedad y solidaridad que
definen al ALBA y el compromiso de seguir avanzando en la
integración a través de esta vía", explica la investigadora Ximena
de la Barra, quien ha dedicado años al estudio de la integración en
América Latina.
De la Barra, quien, además, fuera representante de la UNICEF en
el Parlamento Latinoamericano (PARLATINO), asistió como
conferencista al seminario internacional "Logros y desafíos del
ALBA", celebrado en La Habana.
"En la historia reciente de los sectores populares —precisa—
existen hitos destacables: la creación del Movimiento Sin Tierra en
1985; cuatro años después, el Caracazo contra las políticas del FMI;
el alzamiento zapatista en 1994; las protestas de Seattle frente a
la OMC, casi al finalizar el decenio; y la creación del Foro Social
Mundial en el 2001. En cada una de estas acciones los movimientos
sociales hacen patente la necesidad de intervenir ante los gobiernos
sobre sus demandas.
"La Cumbre del 2005 en Mar del Plata, Argentina, paralela a la
realizada por la OEA, en la que declaran simbólicamente el fin del
ALCA, constituye un punto trascendental en ese camino. A partir de
ahí asumen la integración como tema irrenunciable y comienzan a
mirar el ALBA como la ruta para el diálogo con los gobiernos".
¿Qué relación tiene el contexto actual con esta necesidad
integracionista de los movimientos sociales?
"La crisis que vivimos hoy presenta muchos rostros. Tenemos una
crisis financiera-especulativa, energética, alimentaria, del
multilateralismo, de la democracia representativa, y neoliberal, un
modelo que ha traído mucha exclusión y polarización. Ante ese
panorama los movimientos sociales han asumido una lucha global
porque se han dado cuenta de que también poseen problemas comunes.
"De ahí que juntos empiecen a pasar de la protesta a la
propuesta. El ALBA les ha abierto esa posibilidad.
"Compuesta hoy por seis países, Venezuela, Cuba, Bolivia,
Nicaragua, Dominica y Honduras, el ALBA surgió en el 2004 como un
proyecto que superaba la integración comercial y privilegiaba la
solidaridad, lo que se evidenció en el 2006 con la creación de los
tratados de los pueblos, que ofrecen un trato preferencial a los
países más pobres.
"A la altura de la V Cumbre del ALBA en el 2007, conocida también
como Cumbre de Tintorero, se decidió establecer un Consejo de
Movimientos Sociales dentro de esta alternativa. Con ello pasa a ser
la única vía integracionista de América Latina que institucionaliza
la participación de los movimientos sociales".
¿Cómo funciona el Consejo de Movimientos Sociales?
"Lo que en Tintorero fue solo una definición se hizo realidad
casi un año después en la VI Cumbre de Caracas, hasta la que
llegaron unos 150 representantes de movimientos sociales de las
naciones miembros del ALBA.
"Ahora cada país hace sus reuniones y deciden los delegados al
Consejo, que en la estructura del ALBA tiene el mismo valor del
Consejo de Ministros. Los movimientos sociales, además, poseen un
papel importante en la vigilancia de los proyectos grannacionales.
"Aunque hay una serie de países de la región no integrados a este
proyecto, el objetivo del Consejo de Movimientos Sociales es avanzar
en la integración, por lo cual los sectores populares sí pueden
incluirse".
Ante la falta de democracia que han vivido los movimientos
sociales en América Latina, ¿qué importancia concede a esta
vinculación con el ALBA?
"Primero hay que señalar que estamos en presencia de un ejercicio
de democracia participativa. A partir de este proyecto jefes de
Estado y movimientos sociales discuten una agenda común.
"El ALBA está constituida por gobernantes que tienen como
objetivo responder a las demandas de los sectores populares, y por
tanto, resulta una forma de levantar con más fuerza la soberanía en
la región. Por mucho tiempo no hubo un escenario para ese debate.
"Ahora, el ALBA ofrece un espacio amplio para recuperar el sector
público y consolidar la identidad latinoamericana a través del
diálogo. Se trata, como dice el presidente Evo Morales, de ‘gobernar
escuchando a los pueblos’".