Bayamo, la primera gran victoria

Sara Sariol Sosa

Fue en Bayamo, actual capital de la provincia de Granma, donde el 20 de octubre de 1868 quedó consolidado el inicio de la Revolución que 10 días antes había proclamado Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua.

El día 18, los insurrectos comenzaron a apostarse a lo largo de la ribera del río que con igual nombre bordea a la ciudad. Decenas de personas llegaron hasta ellos para unírseles, mientras las calles y las plazas con entusiasmo delirante y patriótico acogían a una multitud de pobladores. Hasta el cuartel de infantería había corrido el gobernador Julián Udaeta y su guarnición española, temerosos de la avalancha.

El ejército patriótico estaba dividido en tres columnas, una a la derecha, otra en el centro —donde se encontraba Céspedes— y la de la vanguardia, comandada por Titá Calvar y a la cual se unió Perucho Figueredo con una división, y su hija Canducha como abanderada. Otras tropas custodiaban todas las entradas de la ciudad para impedir la llegada de refuerzos para el enemigo.

Con un llamado al pueblo a luchar por la libertad, había aparecido el periódico El Cubano Libre en víspera de los enfrentamientos, los cuales solo duraron dos jornadas, pues a las 10:00 a.m. del día 20 se oficializó la capitulación de las fuerzas españolas, con las firmas del teniente general Luis Marcano por la parte cubana y el teniente gobernador Udaeta.

Los bayameses salieron de sus casas ya engalanadas y se dirigieron hacia la plaza de la Iglesia Mayor, para vitorear a quienes habían logrado ese primer gran triunfo. En medio de la algarabía y a petición del pueblo, Perucho Figueredo cruzó una pierna sobre su caballo, escribió y dio a conocer la letra de La Bayamesa guerrera, el himno de combate —hoy nuestro Himno Nacional— cuya música ya se había oído interpretada por la orquesta del maestro Muñoz.

En solo dos días, los bayameses tuvieron el privilegio de asistir al nacimiento de trascendentales hechos fundacionales de la nacionalidad cubana, y Bayamo quedaba convertida en la capital de la República en Armas, en la única ciudad de Cuba que organizó un gobierno propio durante muchos años de contienda independentista.

Un historiador de entonces escribió que fue aquella "una excelente inauguración de la guerra y evidente demostración de que no eran solo 100 hombres mal avenidos, como anunciaba el gobernador del Departamento Central desde Puerto Príncipe".

La victoria proporcionó gran impulso a la Revolución, la abasteció de armas y municiones, despertó el interés de los indecisos, contribuyó a la extensión del movimiento insurreccional en la provincia de Oriente, en la del Centro y Las Villas, y mostró al mundo, desde fecha tan temprana, los principios éticos y de justicia social que sustentaría el gobierno de los cubanos.

 

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