En febrero del 2000 comenzó el proyecto. Desde entonces, han sido
más de 56 800 los graduados en sus aulas, que hoy llegan a 728 en
todo el país y forman parte de las sedes universitarias municipales.
Las direcciones son las más diversas, porque las filiales pueden
funcionar en una escuela primaria, en un policlínico, en un museo,
en una casa de cultura; incluso en locales de los bomberos de un
municipio, refiere Teresa Orosa, psicóloga y presidenta de esa
Cátedra.
De cursos anteriores son Sonia Fernández y Carmen Rodríguez. Como
a muchos otros, la suspicacia invadió a Sonia, al menos, en los
primeros momentos. Profesora de 67 años de edad, se preguntaba qué
haría otra vez, "tan vieja", en una universidad. Para Carmen , de
82, el reto estaba en conferencias y clases, porque tener que
concentrar "todo eso" en su cabeza, la "enfermaba".
A medida que transcurrían las clases, las opiniones cambiaron.
"Allí aprendes una cantidad de cosas que pareciera no tener que ver
con una carrera universitaria y que te sirven para la vida diaria
con la familia, con los vecinos. Te enseñan a entender qué rol tú
tienes en la casa en ese momento, a comunicarte mejor con la gente
joven, con las distintas generaciones. Te enseñan que tú defiendes
tu espacio y ellos el suyo, pero que se puede convivir", afirma
Sonia.
Carmen, por su parte, señala: "Aprendí a reconocer mi autoestima,
porque yo no quería darme importancia. Uno piensa que ya no sirve
para nada; y me di cuenta allí que no era cierto".
De acuerdo con su presidenta, la Cátedra es un equivalente a los
llamados, en el resto del mundo, Programas Universitarios de
Mayores. No reproducen una carrera, sino que se enfilan hacia la
actualización de conocimientos y la socialización. "Creo que
desmonta muchos mitos que tiene esta edad. Uno de ellos es que ya en
la vejez no hay nada nuevo que aprender".
La concepción del proyecto mira hacia una misma etapa del
desarrollo humano, también a individualidades múltiples. Personas
cuyo nivel de escolaridad es mínimo comparten con intelectuales el
mismo espacio para aprender. De las historias, marcadas por el
camino que recorrió cada cual, emerge una mezcla "maravillosa,
porque van complementándote en el proceso de aprendizaje", indica
Orosa.
A los subgrupos para tareas colectivas, enriquecidos por las
diferencias de género, procedencia y experiencia vivida, les llaman
"familias". Ninguna palabra podría definir mejor el principal motivo
del programa, ni los lazos que forja. No solo se intenta llegar al
conocimiento desde una perspectiva de gran riqueza por su
diversidad, sino que se abonan mejor las relaciones humanas.
"Era un rato, una vez a la semana, pero yo no tenía ganas de
irme. Era una cosa acorde a la edad de uno", dice Carmen, que
recuerda vivamente las horas destinadas a las manualidades. Para
Sonia, las visitas a instituciones, museos y las conferencias con
tópicos que abordaban desde la literatura cubana hasta el
envejecimiento poblacional, resultaron tan interesantes como los
encuentros con geriatras y psicólogos, principales orientadores en
el cuidado de la salud y en la comprensión de esta etapa de la vida.
"No es el conocimiento en sí mismo; son todos los efectos
colaterales, los cambios espirituales en las personas", indica Orosa.
El programa, refiere, se va acogiendo con mucho éxito, en gran
medida, por lo que el propio alumno mayor puede aportar: "Hemos
tenido casos donde el famoso profesor ha tenido que sentarse y la
clase la ha terminado de dar ese adulto mayor, porque nosotros no
sabíamos que él había sido el fundador, por ejemplo, de una
institución insigne del país".
Quienes escalaron la Colina universitaria este 1 de octubre
hallarán, con seguridad, nuevas maneras de asumir sus años. La
sabiduría acumulada allí recorrerá otras vías para consolidar la
memoria histórica de nuestro tiempo. La vejez, lejos de parecer el
marasmo, resurge para convertirse en una edad feliz.