Roberto
Valera debía asumir desde el podio de la Orquesta Sinfónica
Nacional, el próximo domingo la primera parte de la jornada de
clausura del ciclo Conciertos cubanos, auspiciado por la
Asociación de Músicos de la UNEAC. Pero el teatro Amadeo Roldán
sufre todavía de un desperfecto de sus equipos de aire, de modo que
la ofrenda de Valera lamentablemente quedará para alguna fecha
futura.
Justamente considerado como uno de los autores de mayor calado de
la escena musical cubana actual, Valera vive estos días estimulado
por dos circunstancias: su cumpleaños 70 y la nominación al Grammy
Latino del disco contentivo de su obra grabado por la Camerata Romeu,
bajo la dirección de Zenaida Romeu, y registrado por el sello
Colibrí.
La edad del compositor, de acuerdo a su vitalidad, es todo un
misterio. Valera parece joven por fuera y lo es por dentro. Escribe,
siente y proyecta la música con admirable energía, mientras
multiplica su actividad social, ahora como uno de los
vicepresidentes de la UNEAC, sin dejar de atender la docencia y la
agenda de Cubadisco, entre otras tareas. Por demás, hace gala de un
proverbial sentido del humor.
Nada humano en la música le ha sido ajeno. Se hizo maestro y
estudió artes dramáticas. Estuvo en las aulas del Conservatorio
Amadeo Roldán y ganó, tras el triunfo de la Revolución, una beca en
la escuela de altos estudios Federico Chopin, en Varsovia, donde fue
pupilo de Witold Rudzinki y Andrzej Dobrowoslki.
Ha compuesto para el cine, el ballet, la danza, y por supuesto,
obras de concierto para instrumentos solistas, coros, formaciones de
cámara y orquestas sinfónicas. Cuando ha sentido la necesidad de
experimentar, lo ha hecho —ahí está su cosecha en el ámbito de la
electroacústica, como ejemplo—, pero cuando la sensibilidad le ha
exigido conducirse por caminos convencionales, los ha transitado con
ingenio, madurez y oficio.
Entre sus mayores contribuciones a la música de concierto se
hallan obras sinfónicas como Conjuro (1968) y Devenir
(1969). Al piano dedicó uno de los más espléndidos ciclos de este
nuevo siglo, Estudios caribeños (2002). Y en la música coral
reinan piezas del calibre de Iré a Santiago y
Quisiera.
Lo de su nominación al Grammy Latino no deja de ser una sorpresa,
por el hecho de que la discografía producida en Cuba ha tenido una
escasa presencia en esas selecciones en la medida en que se
acrecentó la hostilidad hacia la Isla por parte de la actual
administración norteamericana y de las consabidas manipulaciones de
la Academia Latina (LARAS), que privilegia lo que circula en el
mercado estadounidense y, obviamente, los títulos amparados por las
transnacionales fonográficas.
Valga aclarar que la nominación corresponde a la categoría Mejor
Composición Clásica Contemporánea, en la que se consideran obras
escritas en los últimos 25 años y grabadas en los doce meses
anteriores a los términos de cierre de la convocatoria. Es decir, no
se nomina el disco en su totalidad, sino una obra. (Imagino ciertas
reacciones del fundamentalismo anticubano en esa parte del mundo si
el disco se evaluara en su integridad, ante el título de una de las
piezas incluidas en el registro, Che hoy y siempre).
La pieza distinguida es la que da nombre al disco, Non divisi.
Los evaluadores tendrán que decidir entre este registro y
Barcelonazo, del argentino Jorge Liderman; Concierto del sol,
del costarricense Carlos José Castro; Tahhiya li ossoulina,
del brasileño Sergio Assad; y Variación del recuerdo, de
Aurelio de la Vega, un apreciable compositor cubano-norteamericano.
Sobre la obra de Valera, el destacado musicólogo cubano Danilo
Orozco ha apuntado: "Llama la atención el manejo interno de esta
pieza donde, en los mismos primeros momentos —incluso desde que se
pone la armadura de clave para la escritura— el compositor, de
hecho, divide a los violines en tres partes, también las violas (en
dos) —como si contradijera el sentido non divisi (no dividido
en partes)—, pero lo hace para así plasmar específicos contrastes,
ya en el sentido lineal —digamos, cuando una voz o línea musical se
continúa o distribuye ininterrumpidamente entre diferentes partes— o
al revés, cuando una sola de las partes ejecuta acordes o intervalos
verticales complicados (que es el non divisi real) de
específica naturaleza expresiva en las cuerdas, o, singularmente,
para transferir densidad a unísonos y doblajes en función del
color".
Su ejecución por la Camerata Romeu es sencillamente impecable,
tanto por la unidad estilística del conjunto como por ese toque de
distinción sutil que Zenaida Romeu sabe imprimir a la atmósfera de
la partitura.
Sin embargo, soy de los que aplaude al disco en su conjunto. El
crítico norteamericano Peter Watrous calificó el fonograma como
"altamente recomendable" y expresó que, en más de un momento, "Shostakovich
me vino a la mente". Cada quien es libre de asociar resultados
sonoros. En mi caso, el disco Non divisi me recuerda la rica
herencia de la música instrumental latinoamericana del siglo XX.