Mientras somos testigos de la solidaridad de un pueblo en tiempo
de desastre, y la prensa y la televisión muestran imágenes y
palabras de hombres y mujeres que empinan el pecho en medio de las
dificultades más tremendas para decir ¡ahora a trabajar y a
recuperarse!, y otras personas ponen en riesgo sus vidas salvando
las vidas de otros, y también para que la electricidad nos llegue, y
los que tienen algo de comer en aquellas zonas más apartadas lo
comparten con el vecino y el compañero sin pensarlo dos veces, y la
dirección del país no descansa, no faltan ––ya nos lo advirtieron––
los aprovechados y los ladrones.
Mi hija enferma me pidió ayer tomates y salí a buscárselos.
Sesenta pesos por cuatro libras pagué con resignación en el
mercado de 42 y 19, en Playa.
Pero había pocos tomates en la entrega e insistí dos veces a la
muchacha que despachaba: ¿cuatro libras?
––Cuatro libras –– aseguró ella sonriente, y para que no quedaran
dudas me mostró la pesa. Cinco minutos después otra pesa constató
que faltaba media libra.
La reacción de ella fue la que casi siempre suele ser : —ay, me
equivoqué mi chinito— y sin volver a pesar el producto de la estafa
echó más tomates en la bolsa.
Entonces le recordé indignado el contenido casi exacto de las
palabras con que abrí este testimonio. Sin olvidar, por supuesto, el
título, espetado a pleno pulmón para que quienes me oyeran se
mantuvieran alerta.