Desde la fábrica de asbesto cemento de Artemisa, en La Habana,
partió la caravana de nueve rastras de la Unidad de Transportación
de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, con la preciada carga.
El sentimiento de solidaridad y compromiso brota por cada rincón
del archipiélago. Igualmente los choferes se desprenden de los
horarios habituales y el tiempo libre; ahora lo más importante es
ayudar a los que han sido más duramente azotados.
Cuando el general de división Orlando Almaguel, jefe de la
jefatura de Logística de las FAR, les plantea la misión, parten
rumbo a La Palma. Atrás quedarán más de 160 kilómetros; curvas y
carreteras estrechas donde tendrán que maniobrar con sumo cuidado,
pues hay árboles, arbustos, ramas, postes y tendido eléctrico sobre
el asfalto, en medio de la noche, que dificultan el paso de los
grandes camiones.
Sin embargo, el que arribaran de madrugada no disminuyó un ápice
el júbilo de los palmeros. Cada rastra llevó un poco de felicidad a
un sitio distinto del municipio vueltabajero. A la 1:30 a.m. una de
ellas sorteó la estrechez del espacio entre casas y edificios para
entrar a la circunscripción 40, justo donde los pobladores
esperaban.
La intención era esa: prescindir de intermediarios o almacenes
donde los recursos demoraran en llegar a manos de quienes están
urgidos de estos. Listos para descargar cuanto el Estado les
enviaba, de las casas salieron hombres, mujeres, jóvenes y viejos;
unos subieron al camión mientras los demás recibían las tejas desde
abajo.
Estaban desesperados, pero sin dejar de confiar ni por un momento
en la Revolución. ¿Ya ve? El sábado pasó el ciclón y ya hoy lunes
tenemos la respuesta, manifiesta Lidia María Rodríguez, la delegada.
A mí me sorprendió la hora; ya pensaba que llegarían a la mañana
siguiente, afirma Iván Fernández, a quien Gustav le dejó la casa
completamente descubierta. "Solo sabía que íbamos a salir de esto.
No es la primera vez que la Revolución demuestra cómo se preocupa
por todos. Así ha sembrado confianza en nosotros".
El ajetreo no cesa. En un abrir y cerrar de ojos, el camión está
casi vacío. A Mileibis Fernández se le ve ir de un lado a otro. Tan
pronto coloca una teja va en busca de la próxima.
"Pasamos los vientos fuertes en una casa de placa. Cuando pudimos
salir y lo vi todo destruido, lleno de escombros, las cosas mojadas¼
Me eché a llorar. No pensé que la solución demoraría, pero tampoco
que fuera tan rápido. Estoy muy contenta y, por supuesto,
agradecida".
De acuerdo con el anhelo, la disposición y solidaridad de los
vecinos del lugar, es muy probable que después del siguiente
amanecer la vista de un cielo estrellado vuelva a ser un bello
espectáculo para contemplar¼ no
precisamente desde el interior de sus casas.