Basta repasar sus películas para comprobar cómo el legado del 
			cineasta cubano Tomás Gutiérrez Alea (Titón) se mantiene sin perder 
			un ápice de su profundidad y frescura, provocativo e incitante, 
			intacto en su capacidad de riesgo.
			La prueba más elocuente es quizás Memorias del subdesarrollo, 
			trasmitida este verano en uno de los espacios televisivos de la 
			isla, para disfrute masivo de cinéfilos pero, sobre todo, como 
			regalo especial para un público joven.
			Un público al que pone en contacto con las coordenadas históricas 
			que le antecedieron, mediante una mirada lúcida y crítica que aborda 
			la realidad desde planos contrarios, entretejidos en una relación 
			dinámica, dialéctica.
			Una realidad vista desde el prisma subjetivo del protagonista, 
			Sergio, a la cual se contrapone la realidad vital, objetiva, que lo 
			rodea y que poco a poco va a ir comprimiéndolo en un cerco hasta 
			sofocarlo al final.
			Obra de rotundo esplendor, filmada en 1968, audaz artística y 
			conceptualmente, Memorias del subdesarrollo ha sido consagrada por 
			la crítica internacional entre las 100 mejores de la historia del 
			cine.
			Basada en el libro homónimo de Edmundo Desnoes, Titón traduce a 
			veces literalmente pasajes de la novela, y otras elige la libre 
			interpretación cinematográfica, el placer del riesgo y la aventura 
			del arte.
			No nos importa en definitiva reflejar una realidad sino 
			enriquecerla, excitar la sensibilidad, desarrollarla, detectar un 
			problema, señala en sus apuntes de trabajo publicados en el número 
			45-46 de la revista Cine cubano, en 1968.
			No queremos suavizar el desarrollo dialéctico mediante formulas e 
			ideales representaciones, añade, sino vitalizarlo agresivamente, 
			constituir una premisa del desarrollo mismo, con todo lo que 
			significa de perturbación de la tranquilidad.
			La cinta mezcla recursos de índole diversa, como lo confesó el 
			propio Titón en sus notas: fotos, fragmentos de noticieros, 
			documentos directos, testimonios, grabaciones de discursos, cámara 
			oculta para el rodaje en la calle.
			Con un guión abierto a lo imprevisible hasta el final incluido 
			los procesos de edición y doblaje-, y con las limitaciones que 
			imponía el propio subdesarrollo, el cineasta sacó de esas 
			limitaciones el máximo partido y apostó, sin dudar, todas sus cartas 
			al juego.
			Debo decir que esta es la película en que más libre me he sentido 
			(...), teníamos la convicción de que lo que estábamos realizando no 
			iba a ser logrado plenamente, que iba a estar lleno de descuidos y 
			suciedades.
			Pero también sabíamos que expresábamos lo que queríamos y que por 
			lo tanto algo nuestro estábamos aportando, subraya.
			De la cinta emerge la imagen de un país y una sociedad que nacen 
			a tiempos nuevos, a un viraje radical en su historia, llevando sobre 
			sus hombros la carga pesada del subdesarrollo.
			Una sociedad que debe emprender un camino inédito, pero no recto 
			y desbrozado, sino tortuoso y cambiante, salpicado de falsos atajos, 
			cimentado a partir de tropiezos y errores. Un camino que debe 
			descubrir por sí misma.
			El resultado es una película deslumbrante, con una poderosa carga 
			sugestiva, revolucionaria en el sentido más profundo y abarcador del 
			término.
			Compleja, lúcida, inteligente y sensitiva, en su momento el 
			crítico del The New York Times, Peter Schjeldahl, la calificó de 
			obra maestra. Es un milagro, dijo, y también una sacudida.
			El cine de Titón, en el que la polémica, la lucidez, la ironía y 
			el humor negro son componentes esenciales, incluye un puñado de 
			filmes reveladores que ponen el dedo en la yaga de los problemas más 
			agudos como una vía para enfrentarlos.
			Además de la joya de Memorias del subdesarrollo, están La muerte 
			de un burócrata, Las doce sillas, Los sobrevivientes, La última 
			cena, y Una pelea cubana contra los demonios, incomprendida en su 
			tiempo.
			Pero vale citar sobre todo lo que constituye su filme-testamento 
			Fresa y Chocolate, quizás el más hermoso y conmovedor de su 
			cinematografía.
			En una reciente entrevista concedida a BBC Mundo, su viuda, la 
			actriz Mirtha Ibarra, con quien rodó Hasta cierto punto, evocó la 
			honestidad del realizador, cuya obra es expresión de una absoluta 
			coherencia ética y estética.
			Siempre he hecho las películas que he querido, he dicho lo que he 
			querido y he dado siempre el último corte, sostenía. La frase lo 
			personifica de cuerpo entero.
			Las dificultades que entraña nuestro proceso, afirmaba, el 
			reconocimiento de los obstáculos objetivos y la lucha incesante, 
			obsesiva, contra los obstáculos subjetivos están en el centro de mi 
			actividad como cineasta.
			Al servicio de ello puso su talento y un alto sentido de la 
			responsabilidad.