Lo cierto es que la atractiva plaza guardaba bajo siete llaves
las riquezas originadas por el saqueo del Nuevo Mundo: mediante las
llamadas flotas, las fortificaciones y lo que Emilio Roig de
Leuchsenring, primer Historiador de la Ciudad, calificó de "enorme
cinturón de piedra".
Precisamente, la ardorosa defensa del patrimonio que hiciera Roig
permitió que nos sea posible reconstruir mentalmente el trazado de
semejante obra, al observar los paños, muros y garitas que se
salvaron: frente al Museo de la Revolución, cerca del antiguo
Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, de la Terminal de
Ferrocarriles y en la Avenida Carlos Manuel de Céspedes.
Aquellas moles de piedra de cantería circundaban la villa por 4
852 metros y enlazaban el Arsenal (Estación Central de Ferrocarriles
en la actualidad) con el castillo de La Punta. Su lado más fuerte
daba al mar. Del otro, disponía de nueve baluartes y tres
semibaluartes unidos por cortinas intermedias de dos metros de
espesor; los paños de cortina alcanzaban hasta 10 metros de alto, y
el foso sin agua que lo rodeaba era ancho y poco profundo.
El 3 de febrero de 1674 comenzaron los trabajos, planificados
para tres años. Pero solo en 1797 consiguieron terminar. Al inicio,
las murallas tuvieron solo dos puertas, la de La Punta, al norte, y
la de La Muralla, a la altura de la calle de igual nombre, al oeste.
Luego se abrieron las de Colón, Monserrate, Luz, San José, Jesús
María, el Arsenal y La Tenaza (en Egido y Desamparados, donde existe
un lienzo del muro, en las cercanías del muelle La Coubre).
Un disparo de cañón a las 4:30 de la mañana anunciaba que era
hora de alzarse los rastrillos, tenderse los puentes levadizos y
abrirse las puertas para permitir el tráfico. Mientras, el cañonazo
de las 9:00 p.m. decretaba el cierre y que ya nadie podía entrar o
salir.
Sin embargo, una circunstancia imprevista provocó que en 1863
comenzara el derribo de la muralla. Habían surgido dos Habana, una
intramuros y otra más allá, igual de poblada, incluso mayor, con
avenidas, zonas comerciales y nuevas edificaciones como el palacio
de Aldama, Teatro Tacón, Paseo del Prado y el campo de Marte. De
modo que los gruesos muros se convirtieron en un estorbo, con
limitadas puertas por donde entrar o salir.
No obstante, su demolición no fue una curiosidad cualquiera:
durante más de un siglo aquella mole de piedra había dejado fuera, y
bien lejos de La Habana, a un peligroso hatajo de corsarios y
piratas.