No hay juego malabar en la expresión: una madre inconsolable por
la pérdida de su hijo se dirigió a uno de los subdirectores de
nuestro diario con el ruego de que Granma abordara el tema
del traumatismo cervical, como consecuencia de la tirada de los
bañistas de puentes, barcos y trampolines, en playas, ríos y
piscinas, sin tener en cuenta la profundidad de las aguas.
La urgencia del tema, por el alto número de vidas jóvenes que
cobran estos accidentes, me hizo hurgar en las notas taquigráficas
de una "vieja" entrevista que realicé a un renombrado neurocirujano
de nuestro país, el profesor Rafael Gallardo Carnisé, quien me
informó entonces que en los meses de verano solo en el Servicio de
Neurocirugía del Calixto García eran atendidos alrededor de 25
traumatismos cervicales —de los que llegaban con vida a esa
prestigiosa institución, subrayaba—, atendiendo a que la mortalidad
que originan esas lesiones son ciertamente elevadas, o la
incapacidad, porque en los que sobreviven quedan secuelas motoras
importantes, incluso de los cuatro miembros.
Una tirada en agua "sin fondo" provoca un movimiento forzado del
cuello (flexión o deflexión) que daña el estuche vertebral y
repercute sobre la médula cervical, "una de las estructuras
nerviosas de mayor valor fisiológico".
Para definirlo en lengua diaria se puede señalar que el estuche
cervical es un cordón de alrededor de unos dos centímetros por donde
ascienden y descienden los mecanismos vinculados con la movilidad,
sensibilidad y gobierno vegetativo del organismo humano.
Atendiendo a la disposición de la columna vertebral, los
traumatismos provocan generalmente la ruptura de la quinta y sexta
vértebras, o de la sexta y la séptima, y las lesiones que afectan a
la cuarta vértebra hacia arriba, son mucho más graves porque
comprometen el diafragma e impiden la respiración.
Reconocen los especialistas que lo más importante en el trauma
cervical no es, justamente, el tratamiento, sino su prevención.
Entonces, bañistas, mucha atención, ¡no se tiren de cabeza al agua!