La emoción de la primera vez que se enfrentó a un grupo de
alumnos, en septiembre de 1960, es algo que jamás ha olvidado.
Entonces llevaba tres años de graduada y aún no había podido
impartir su primera clase.
"En aquella época, muchos maestros no tenían escuela. Ya estaba
preparando la ropa para irme a trabajar como obrera a la fábrica de
conservas La Conchita, cuando triunfó la Revolución".
Su estreno como docente tuvo lugar en un sitio llamado la
Ensenada de Bencomo, en el municipio de Minas de Matahambre, al
norte de Pinar del Río. Para llegar tenía que tomar un autobús hasta
Sumidero, luego un carro hasta Gramales, y el último tramo lo
recorría a caballo.
Las personas me acogieron con mucha alegría porque nunca habían
tenido un maestro, recuerda. Al año siguiente, allí mismo enseñó a
leer y a escribir a más de una decena de adultos, durante la Campaña
de Alfabetización.
Después trabajó en Minas de Matahambre, en Las Ovas, en el
Reparto Cuba Libre¼ y desde 1980 forma
parte del claustro de la Escuela Primaria Rafael María de Mendive,
de la capital provincial.
Para ser un buen educador, hay que tener vocación. Lo demás se
aprende en el camino, expresa. Al cabo de 48 años en la profesión,
mantiene la costumbre de repasar las lecciones que impartirá al día
siguiente, y afirma que aún hay margen para aprender.
"Uno tiene que estudiar, mantenerse actualizado, porque de lo
contrario se queda detrás".
Siempre ha vivido desafiando el calendario. A los 52 años, cuando
otros comienzan a pensar en el retiro, Ángela terminó la
licenciatura. "Fuimos a La Habana a recibir el título. Fidel nos dio
la mano a todos. Aquello fue apoteósico".
Luego, a los 70, tras varias décadas impartiendo tres asignaturas
en el segundo ciclo de la educación primaria, se vio envuelta en el
profundo proceso de transformación que experimentó el sistema de
enseñanza cubano.
"Ahora doy todas las materias: Matemática, Ciencias, Geografía,
Historia, Español... Me adapté sin problemas. Creo que los niños
aprenden más. Hay que ver cómo se entusiasman con las teleclases".
En 1985, según la legislación vigente en aquel entonces, su vida
laboral podía haber concluido; sin embargo, asegura que nunca ha
pensado en alejarse de las aulas.
"Hay dos grandes razones por las que no me he jubilado ni me
jubilaré: una es el trabajo que pasó mi mamá para darme estudios y
la otra es el agradecimiento que siento por la Revolución y por
Fidel".
Con esa convicción, conoció del reciente llamado del Segundo
Secretario del Partido, Raúl Castro Ruz, a los educadores retirados
para que regresen a la profesión, con el incentivo de que se les
entregará el salario íntegro junto a la pensión que reciben.
Me parece muy bien. Si la salud los acompaña, no es lógico que
esos conocimientos y experiencias se pierdan, comenta.
Para ella, la medida significa la oportunidad de aumentar sus
ingresos personales, si optara por la jubilación y luego retornara
al trabajo; pero esa posibilidad, dice, le dejaría en deuda con su
conciencia. "No lo veo bien en mi caso. Sería una estafa".
Vital y lúcida, afirma que la edad no ha mermado su capacidad de
enseñar. "A veces me duelen un poco las rodillas. Imagínate, ya son
setenta y pico de años, aunque eso no me impide hacer lo mismo que
los demás".
Como cualquier educador, disfruta encontrar al cabo del tiempo a
sus alumnos convertidos en hombres y mujeres de bien. Pero a
diferencia de otros, Ángela además descubre con frecuencia en el
aula a los nietos de quienes fueron sus primeros estudiantes, hace
medio siglo. Por esa razón la llaman la maestra eterna.