La maestra eterna

Ronald Suárez Rivas

Ángela Rosenda Esquivel tiene 75 años y la certeza de que nunca se va a jubilar. Cuando entro a la escuela, desaparecen todas las preocupaciones, dice. Por ello, asegura que seguirá frente a un aula hasta el último de sus días, "o hasta que me digan que no puedo entrar más".

A los 75 años, Ángela Rosenda Esquivel se mantiene activa y asegura que nunca se va a jubilar.

La emoción de la primera vez que se enfrentó a un grupo de alumnos, en septiembre de 1960, es algo que jamás ha olvidado.

Entonces llevaba tres años de graduada y aún no había podido impartir su primera clase.

"En aquella época, muchos maestros no tenían escuela. Ya estaba preparando la ropa para irme a trabajar como obrera a la fábrica de conservas La Conchita, cuando triunfó la Revolución".

Su estreno como docente tuvo lugar en un sitio llamado la Ensenada de Bencomo, en el municipio de Minas de Matahambre, al norte de Pinar del Río. Para llegar tenía que tomar un autobús hasta Sumidero, luego un carro hasta Gramales, y el último tramo lo recorría a caballo.

Las personas me acogieron con mucha alegría porque nunca habían tenido un maestro, recuerda. Al año siguiente, allí mismo enseñó a leer y a escribir a más de una decena de adultos, durante la Campaña de Alfabetización.

Después trabajó en Minas de Matahambre, en Las Ovas, en el Reparto Cuba Libre¼ y desde 1980 forma parte del claustro de la Escuela Primaria Rafael María de Mendive, de la capital provincial.

Para ser un buen educador, hay que tener vocación. Lo demás se aprende en el camino, expresa. Al cabo de 48 años en la profesión, mantiene la costumbre de repasar las lecciones que impartirá al día siguiente, y afirma que aún hay margen para aprender.

"Uno tiene que estudiar, mantenerse actualizado, porque de lo contrario se queda detrás".

Siempre ha vivido desafiando el calendario. A los 52 años, cuando otros comienzan a pensar en el retiro, Ángela terminó la licenciatura. "Fuimos a La Habana a recibir el título. Fidel nos dio la mano a todos. Aquello fue apoteósico".

Luego, a los 70, tras varias décadas impartiendo tres asignaturas en el segundo ciclo de la educación primaria, se vio envuelta en el profundo proceso de transformación que experimentó el sistema de enseñanza cubano.

"Ahora doy todas las materias: Matemática, Ciencias, Geografía, Historia, Español... Me adapté sin problemas. Creo que los niños aprenden más. Hay que ver cómo se entusiasman con las teleclases".

En 1985, según la legislación vigente en aquel entonces, su vida laboral podía haber concluido; sin embargo, asegura que nunca ha pensado en alejarse de las aulas.

"Hay dos grandes razones por las que no me he jubilado ni me jubilaré: una es el trabajo que pasó mi mamá para darme estudios y la otra es el agradecimiento que siento por la Revolución y por Fidel".

Con esa convicción, conoció del reciente llamado del Segundo Secretario del Partido, Raúl Castro Ruz, a los educadores retirados para que regresen a la profesión, con el incentivo de que se les entregará el salario íntegro junto a la pensión que reciben.

Me parece muy bien. Si la salud los acompaña, no es lógico que esos conocimientos y experiencias se pierdan, comenta.

Para ella, la medida significa la oportunidad de aumentar sus ingresos personales, si optara por la jubilación y luego retornara al trabajo; pero esa posibilidad, dice, le dejaría en deuda con su conciencia. "No lo veo bien en mi caso. Sería una estafa".

Vital y lúcida, afirma que la edad no ha mermado su capacidad de enseñar. "A veces me duelen un poco las rodillas. Imagínate, ya son setenta y pico de años, aunque eso no me impide hacer lo mismo que los demás".

Como cualquier educador, disfruta encontrar al cabo del tiempo a sus alumnos convertidos en hombres y mujeres de bien. Pero a diferencia de otros, Ángela además descubre con frecuencia en el aula a los nietos de quienes fueron sus primeros estudiantes, hace medio siglo. Por esa razón la llaman la maestra eterna.

 

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