Todo ejercicio artístico por la memoria histórica vale por sí
mismo. Pero si la realización logra fidelidad y dignidad estética el
valor se acrecienta.
La Televisión Cubana estrenó el último fin de semana un teledrama
al que le viene ajustada la anterior afirmación: Polo Viejo bajo
mi piel. Un episodio real de la lucha contra las bandas
contrarrevolucionarias que operaron en la década de los sesenta en
el Escambray se situó en el centro de una trama que reflejó las dos
partes del conflicto: de un lado, la miseria moral de los criminales
arropados por las autoridades norteamericanas; del otro, una lección
de resistencia impartida por gente común y corriente, pobladores de
un intrincado rincón de la topografía montañosa del centro de la
Isla, que nunca se propusieron ser héroes, pero que lo fueron a la
hora de la verdad.
El realizador Jorge Alonso Padilla partió del testimonio de
Aurelio Gutiérrez, La defensa de Polo Viejo (Gente Nueva,
1988) para reconstruir los hechos acontecidos el 25 de enero de
1963, cuando 40 bandidos, entre los cuales se encontraban el
tristemente célebre Julio Emilio Carretero y Ramón del Sol, el
Charro de Placetas, atacaron el caserío y asesinaron a los
campesinos Fermín Lubín (Vizcaya) y Eustaquio Calzada Ponce, sin
poder conseguir su propósito: la toma del puesto de milicias,
defendido por dos muchachones, un anciano, una mujer y un niño. Un
tiro en la cabeza de los defensores le hizo justicia a uno de los
asesinos del alfabetizador Manuel Ascunce, crimen que cometió bajo
las órdenes de Carretero, autor de 26 asesinatos y 116 actos de
terrorismo hasta su captura el 28 de marzo de 1964.
El teledrama tuvo sus mejores momentos en las escenas de acción y
el correspondiente reflejo de las actitudes de los involucrados en
ellas, gracias a la eficacia de la fotografía de Abel Fernández, el
ritmo de la edición y las actuaciones, capítulo en el que destacaron
el experimentado Luis Rielo en el papel de El Cubano, Ketty de la
Iglesia como Petrona del Sol, el niño Luis Andrés Menduiñas, Herón
Vega y Jorge Martínez como bandidos, y Rubén Breñas, quien
transmitió con notable economía expresiva la recia estampa del
herrero Vizcaya.
La idea de contar la historia desde el presente no acabó de
cuajar debido a más de un toque sensiblero, salvado hacia el final
mediante el encuentro de los protagonistas reales con los
realizadores y actores.
Polo Viejo bajo mi piel se inscribe en una tradición épica y
ética del audiovisual cubano que debe continuar.