Un día, el artista descubrió ciertas incitaciones para la
aventura. Colores en mano, buscó entonces motivo en las anónimas
representaciones míticas aborígenes y afro-hispánicas, alegorías
sobre el amor, visiones situadas entre metafísica y sensualidad.
Sumó criollísimo humor, armó líricos retratos, construyó paisajes de
apuntes del natural, semblanzas de la lucha social¼
Tenues cromatismos aparecieron en las formas de ámbito marino que
siempre despertaron la creatividad, y simbióticas imágenes nacidas
de la relación del cuerpo de la mujer con el campo visual dejaban
ver las múltiples posibilidades de hacer de Luis Martínez Pedro (La
Habana, 1910-1989). Ese pintor en el que al decir de José Lezama
Lima "hay una búsqueda incesante de formas y un incesante
ocultamiento de esas formas".
Luis Martínez Pedro perteneció a la denominada segunda generación
de pintores modernos cubanos, que surgió en la década de los años
treinta como continuidad histórica de aquellos que rompieron con los
métodos académicos e iniciaron el camino de encuentro entre la
pintura nacional y una avanzada conciencia estética de cubanía. Un
retrato pleno de su derrotero profesional trae a la luz poesía en
sus percepciones, sentimientos y sueños más lejanos. Y, sobre todo,
un diálogo íntimo con la naturaleza, esa que brilló en sus pupilas,
como reflejo de una realidad que se acomodó y echó raíces en lo más
fértil de su terreno creativo¼
Ahora se exponen una serie de dibujos pertenecientes a los fondos
de la galería, así como algunas pinturas de la colección del Museo
Nacional de Bellas Artes, que tan gentilmente las prestó para
sumarse de esta forma al homenaje del célebre artista cubano. En
estos trabajos, como en toda su obra, el espectador podrá encontrar
un caudal de motivaciones contemporáneas que estampó con talento en
pinturas, diseños, dibujos, cerámicas¼ En
ellos aunó métodos casi renacentistas, la libre mancha, el tramado
de líneas, la profusión de matices y transparencias, la cuidada
factura de los tonos, conjugándolas con un sinfín de sugerencias
propias. Pero sobre todo, entre esas realizaciones pueden hallarse,
como motivos centrales, una verdadera avalancha de elementos
detectados en la naturaleza y devueltos al campo visual cuando ya
han sido modificados, primero por su vista y luego por el
conocimiento y la mano del dibujante. Son, en resumen, como
transposiciones poéticas de lo visto a lo sentido, y de lo imaginado
a la expresión.
La dialéctica de su trayectoria, que enlazó periodos de lírico
naturalismo a otros, donde predominó la composición geométrica, y en
la que ambos se fusionaron en series transicionales condicionó su
afán por experimentar mediante las variaciones del mismo asunto, y
obtener saltos que condensaron su personal visión de los aspectos de
la realidad tratados.
Ya en los 60, y dedicado plenamente al trabajo artístico, el
pintor asumió nuestra flora, la fauna, la mujer, el mar, y
enriqueció su manera de traernos lo natural cubano, con esos nuevos
impulsos que le brindó su entorno social e histórico.
En Martínez Pedro se renovó entonces el arte de ver. Se acercaron
a sus costas artísticas las Aguas territoriales, una serie
plena de simbolismos y de gran relevancia para el arte antillano.
Allí está el mar en planos azules. Se sumarían a esta otras pinturas
y dibujos que reunió bajo los títulos de Signos del mar y
Otros signos del mar. "A mí las flores me fascinan. Fui pescador
submarino y de superficie", dijo en una ocasión. "Me gustaban las
cosas abstractas. Me cansé de las cosas geométricas y fui a las
figurativas¼ ". Después vino la serie
Ojos con los desnudos del mar donde relacionaba la ondulación de
las olas y el contorno femenino con la línea que sigue la dirección
fisiológica del movimiento del ojo.
Para el final quedaría algo que lo obsesionó en los últimos
tiempos: La flora de Cuba. Era como un resumen de su amor por
la naturaleza, esa que nunca lo abandonó en su obra. "Ahora pinto la
flora de nuestro país¼ hasta que me
aburra"¼ , dijo en una ocasión.