Será difícil, sin embargo, borrar la carga sociológica dejada en
el imaginario de muchos, e incluso en la literatura y en el arte,
por esa Película del sábado tan criticada en congresos,
talleres, Caracoles de la UNEAC y otros eventos, donde se arrojaron
luces acerca de un gusto conformado por casi tres décadas de no
buscarse fórmulas cambiantes frente al concepto de ofrecerle a una
vasta y tipificada audiencia, lo que esperaba recibir ese día y a
esa hora.
Antes de tener lugar la transformación de los últimos meses, no
pocos puntuales de La película del sábado, crecidos en su
estatura cinematográfica, daban muestras de aburrimiento por el "más
de lo mismo" que por lo general seguían recibiendo, mientras otros
fieles continuaban complaciéndose con los suspensos de tercera y
cuarta categorías; esos donde una y otra vez el villano que creíamos
bien muerto resucita en los minutos finales del metraje (¡ay,
inspiradora Atracción fatal de los años ochenta!) para
cuchillo en mano darle la última espantada al pobre protagonista).
La fórmula para ir transformando lo que parecía un gusto
inamovible no ha sido otra que la calidad, exhibir filmes de calidad
al precio que sea. Y si bien no han faltado en las más recientes
entregas aspectos tan apreciados por el tradicional público de los
sábados como la violencia y el terror, habría que convenir que esos
elementos se sustentan en un tratamiento artístico incuestionable,
incluso dentro de las coordenadas más exigentes del llamado cine
comercial.
Cito solo las dos últimas entregas: El valle de las sombras,
revelador suspenso bélico de Paul Haggis sobre la nefasta escala de
valores prevalecientes en el ejército norteamericano, y la última,
la misteriosa El orfanato, ópera prima del español Juan
Antonio Bayona, una de las películas más taquilleras de sus país en
los últimos tiempos, aplaudida en Cannes, nominada al Oscar,
ganadora de varios premios Goya de este año, y ya bajo la mirilla
del cine norteamericano para comprarle los derechos y filmar el
clásico remake con actores de Hollywood.
Ha estado primando la inteligencia en la selección de esas
películas capaces de satisfacer todos los gustos y al mismo tiempo
dar fe de una calidad muy superior a lo que se venía programando.
Pero pensar que ya se ganó la pelea por La película del sábado
es dormirse en los laureles. Esos filmes, en sus nuevos retos de
alzar el listón del gusto, necesitan una buena promoción para que el
televidente sepa del producto de calidad con el que se topará y
gradualmente establezca relaciones imprescindibles.
Dentro de la programación de verano, en los dos últimos espacios
del dinámico Usted verá, encaminado a promover lo que se verá
al día siguiente, no se dijo nada en sus ediciones del viernes de
las dos películas anteriormente mencionadas. Y Mediodía en tv,
en lo concerniente al cine (para no entrar en otros temas), sigue
siendo una retahíla de títulos sin ninguna prioridad de lo que vale
más sobre lo que vale menos.
De esa manera, un espectador poco informado no puede establecer
diferencias entre un filme de choque de carros y cuarenta trompadas
por minutos, filmado por un perfecto desconocido, y otro de los
buenos títulos del ahora mismo que, gracias a la programación
televisual, llega a millones de espectadores.
Cambia finalmente, y para bien, La película del sábado.
Pero no la dejemos sola.