Personal belongings insiste, con dignos aportes para una
ópera prima, en lo que ya se ha convertido en un tema imprescindible
de la cinematografía cubana, "los que se van y los que se quedan".
Arduo ha sido el recorrido de su director, Alejandro Brugués y
del productor, Inti Herrera, para llevar a la meta este proyecto de
cine en construcción: un premio aportando unos cuantos pesos por
aquí, otro lauro por allá, y la cinta crece y mejora en sus soportes
técnicos, mientras los que le siguen el rastro recuerdan aquella
Película del rey, argentina y ganadora de un Coral en La Habana,
que hablaba de las vicisitudes materiales y de los 20 inventos para
cristalizar un proyecto cinematográfico, cuando el bolsillo no
responde a los requerimientos de la producción.
Desde su mismo comienzo, Personal belongings teje sobre
los personajes el misterio de lo indefinido. Son conductas
obsesionadas con un fin, dejar atrás la Isla, sin que por el medio
se subrayen las causas sociales, políticas o económicas que pudieran
estar implicadas en el asunto. Patético y a la vez hilarante resulta
el personaje de Osvaldo Doimeadiós montando posta bajo la lluvia a
las puertas de una embajada. Lo mismo sucede con su amigo y
protagonista de la historia, Caleb Casas, dispuesto a contar una vez
tras otra su cuento impactante y transfigurado (la madre muerta y
ligada de alguna manera al país representado por el diplomático de
turno, que pudiera expedir el ansiado documento que lo coloque en un
avión).
El caso del simpático joven que por el momento "planta y no
vuela" (Roly Peña), porque la vida ha comenzado a sonreírle en lo
material y en lo amoroso, es diferente: dejará de pensar en futuros
promisorios, mientras sea capaz de vivir intensamente lo que tiene.
Aunque la película esquiva los factores sociológicos, se centra
en un grupo de jóvenes pertenecientes a una última generación de
cubanos, no interesados ellos —-porque así lo estipula el guión, del
mismo director— en analizar las causas de sus incertidumbres
existenciales, sino en quitárselas de encima abriendo océanos de por
medio. A la espera de que le llegue "su momento", el protagonista
vive en su auto frente al mar solo con aquellos objetos íntimos con
los que deberá partir. El muchacho derrocha a ratos un aire de
observador intelectual, mientras "lucha" su salida espoleado por la
convicción de que por nada del mundo debe relacionarse con personas
que lo aten sentimentalmente al país. Un cuadro perfecto para que
aparezca ella, la muchacha.
Personal belongings, a diferencia de otros filmes que tratan
el asunto de la emigración desde situaciones más definidas, lo hace
desde un lirismo amoroso concretado a partir del pacto que establece
la pareja de jóvenes tras darse cuenta de que podrán quedar
flechados: no saber nada el uno del otro, no enamorarse de ninguna
manera, un poco al estilo evasivo, aunque cambiante en el plano de
patente sensualismo que tuvo aquel El último tango en París,
de Bertolucci.
A diferencia de él, la muchacha (Heidi García) se queda porque
sus padres la abandonaron y quiere demostrarles "que aquí se puede
vivir". Causas sentimentales de otro tipo no le faltan al joven,
pero no pueden revelarse en estas líneas porque solo quedarán
explícitas al final de la trama, dentro de las incertidumbres que
hasta entonces han ido perfilándose en aras de que el espectador se
pregunte si no obstante la determinación de él, podrá el amor unir a
los amantes bajo un mismo cielo, sin que se imponga, otra vez, el
sufrimiento que motivan las separaciones.
Dicho así, pudiera parecer algo esquemático el planteo de la
decisión final, pero si algo queda claro desde el comienzo es que
estamos ante un guión de matices y no pocos símbolos. Una película
que no pretende decirlo todo, pero sí hacer que los espectadores,
desde las sugerencias parciales de la trama, se sientan motivados a
analizar "el todo" vinculado con el conflicto. Y en tal sentido, los
diálogos de los dos enamorados resultan apreciables pistas para
hurgar en lo hasta ese momento no revelado en pelos y señales.
Sin embargo, y lo señalé durante la visión apresurada del filme
en el último Festival de Cine de La Habana, en las postrimerías,
Brugués cae inesperadamente en un melodrama de telenovela que
desconcierta como recurso asumido no a manera de juego postmoderno
---ese vacilar lo lloroso manido-- sino de forma muy seria. El giro
resulta demasiado brusco y recurrente como para que no se resienta
la eficaz estructura del guión fragmentado y el drama, mantenido a
raya hasta entonces. A ello hay que unirle el tour de force
de connotación risueña y bastante inverosímil que involucra al
protagonista con una extranjera que promete resolverle la partida
por la vía matrimonial. Hay risas, pero desentonan dentro del tono
general asumido.
Personal belongings es una seria aproximación de jóvenes
artistas a un asunto muy serio que, por serlo, no carecerá
seguramente de próximos acercamientos.