No
hay que apelar necesariamente a instrumentos estadísticos de
medición para saber que los hábitos de lectura de los cubanos han
ido cambiando en los últimos tiempos, aun cuando todavía estemos a
buena distancia de contar con una sociedad de lectores
consuetudinarios.
Compartamos tres observaciones: en autobuses y paradas, en las
antesalas de hospitales y policlínicos, cada vez son más las
personas que llevan un libro para que ese tiempo muerto de espera y
traslado se convierta en tiempo útil. En esta época estival, no son
pocos los que incluyen en la mochila de playa y campismo el ejemplar
de una novela o un tomo de versos para compartir con los amigos. Los
bibliotecarios dan otra prueba: la dinámica creciente de los clubes
Minerva y de la exigencia de sus miembros a lo largo del país.
Pero la mayor de todas las evidencias está en la avidez con que
en ciudades grandes y pequeñas, ante la convocatoria de ferias y
eventos especiales, no dejan de venderse apreciables cantidades de
libros y no solo las novedades editoriales.
Y es que a lo largo de esta década se ha ido diseñando un nuevo
escenario para el contacto múltiple y masivo del lector con el
libro. En un primer escalón se halla el sistema de eventos del
Instituto Cubano del Libro, con la Feria Internacional de cada año
como locomotora de un tren que hala parejo a las jornadas de
Lecturas en el Verano y en el Prado, las Noches de los Libros, el
Festival Universitario del Libro y al Lectura (FULL), las Ferias en
la Montaña, los Sábados del Libro, la apertura de cafés literarios y
las tertulias temáticas en librerías.
Algunos, con ciertas razones, han pensado en que tantas
iniciativas pueden llevar a la rutina y el desgaste. Esto sería así
de orientarse mecánicamente la promoción de la lectura, a partir de
actos formales y repetitivos y sin tomar en cuenta los intereses del
lector. Afortunadamente la tendencia pasa no solo por consolidar
estos espacios, sino dotarlos de significaciones particulares.
Un buen ejemplo de cómo el gancho para atraer lectores no pasa
obligadamente por la novedad editorial se tuvo en la última Noche de
los Libros, cuando un nutrido público se concentró en el Centro
Cultural del ICAIC para apreciar un panorama de autores
norteamericanos que representan la cara contestataria del sistema.
Sus obras estaban en librerías; lo nuevo fue el enfoque temático que
permitió descubrir el acceso a un cuerpo narrativo revelador.
También debe tenerse en consideración la concepción abierta e
inclusiva de las opciones que se han implementado, y la integración
de la UJC y las organizaciones estudiantiles, la colaboración de la
UNEAC, la Asociación Hermanos Saíz y la Sociedad Cultural José
Martí, el apoyo de los medios de comunicación, la comunidad de
intereses entre libreros y bibliotecarios, y la participación de los
propios lectores como entes activos en el proceso de promoción.
Ahora bien, la tendencia no determina ni asegura la solvencia de
todas y cada una de las acciones promocionales ni se traduce
inequívocamente en la calidad de la lectura.
Entre los factores que podrían influir en ese salto cualitativo
están la familia y la escuela. El hábito de leer a diario no puede
asociarse únicamente a las necesidades curriculares ni debe dejarse
tan solo a la elección espontánea. El maestro tiene que ser, al
igual que los padres y familiares del niño y el adolescente, uno de
los máximos inductores de la lectura. Pero primero tiene que ser él
mismo un buen lector, pues no guía quien no lee. Lamentablemente el
hábito de la lectura no está suficientemente enraizado en todos los
docentes. En los propios días del FULL pudimos comprobar estas
sensibles carencias.
Y en casa, ¿se ha puesto a pensar usted cuánto beneficio
reportaría una tertulia familiar sobre tal novela, tal poema o tal
artículo en la prensa, ganada a una hora tan siquiera de la
televisión?