Uno
de los mayores impactos de mi adolescencia fue la primera vez que vi
y escuché a Sindo Garay en mi pueblo natal, Mayarí. En aquella
ocasión él, junto a su hijo Julio Hatuey, interpretó una de sus
célebres composiciones debajo de una mata de mangos, Sindo a la
guitarra y Hatuey a serrucho y arco de violín. Entonces no pude
descubrir la grandeza del inmenso trovador, ni su poderosa fuerza
comunicativa.
La escena se repitió. Sindo se reunía con los músicos locales y
les impregnaba la cadencia trovadoresca al ritmo que se cultiva en
este vallecito holguinero, el cual es conocido como "son de Mayarí".
Lejos estaba de imaginar que años después, lo entrevistaría en más
de una ocasión, especialmente, en los primeros Festivales de la
Trova, en su natal Santiago.
Allí, en un rincón que era conocido como El Farol Colorado, en un
alarde de memoria, Sindo nos relató sus peripecias de correo mambí,
cuando cruzó a nado la bahía santiaguera para llevar mensajes a las
tropas de Guillermón Moncada, y con voz fuerte todavía nos dijo:
—"¡Ah..., periodista! Aproveche antes de que llegue la ‘pálida’.
—Sindo le llamaba así a la muerte—. Ahora que casi cumplo el siglo
le avisaré cuándo puede venir a recogerme".
—"¡Ah!, y ahora se nos ofrecen homenajes como el del Día del
Trovador¼ En fin, periodista. ¡Ahora sí
vale la pena vivir!".
Sindo (Santiago de Cuba, 12 de abril de 1867-La Habana, 17 de
julio de 1968), aunque autodidacta, poseyó una intuición
sorprendente y una maestría inigualable en las armonías y la calidad
de sus textos.
Una anécdota reveladora aconteció cuando estuvo frente al alemán
Germán Mikelson, a quien Pepe Sánchez se lo presentó, en 1890,
diciéndole que su coterráneo era un genio de la música.
Pepe ejecutó al piano fragmentos del Tanhauser, de Wagner,
e impactó a Sindo. Este, días después, entregó a Mikelson una pieza
titulada Germania, un lied criollo que aún sorprende por sus
novedades.
Cuando Agustín Lara llegaba a La Habana, mandaba a buscar a Sindo
y entre trago y trago, se emocionaba escuchándole La tarde,
Perla Marina y otras obras suyas. En una ocasión, mientras
compartían en La Bodeguita del Medio, Sindo le dijo: "Voy a cantarle
una guajira que huele a espartillo, a estiércol¼
" Y el jarocho al escucharla, le expresó emocionado: "Usted es mi
padre musical".
Tiempo después, en 1939, Agustín escribió su sorprendente
Sueño guajiro que dice: "Duerme bajo la fronda del platanal/
sueña con esta noche plenilunar/, embriágame con esa luz/ aroma de
carabalí/, sueña con un amor que nazca en Veracruz y muera en Yumurí¼
".
El Gran Faraón de Cuba —como lo bautizó Federico García Lorca—
alcanzó no solo el raro privilegio de ser uno de los pocos mitos de
nuestra cultura y del patriotismo que guió su creación desde La
Bayamesa. También proclamó con orgullo: "Soy uno de los
poquísimos cubanos que ha podido estrechar las manos a José Martí y
a Fidel Castro".
Según contó y comprobó su paciente biógrafa Carmela de León (Sindo
Garay: Memorias de un trovador. Editorial Letras Cubanas. La
Habana, 1990): "A Martí, lo conocí en Dajabón, en el año 1895,
cuando llegué a República Dominicana como emigrado, y a Fidel
teniendo yo 94 años. Por eso, cuando me enteré de que este iba a
presentarse en la Universidad Popular, le dije a Hatuey: "¡Llévame,
que quiero ver a Fidel¼ !". Y cuando él
me vio en el estudio, se me acercó sonriente para saludarme. ¿Quién
no conoce a Sindo Garay en Cuba? Me abrazó muy afectuoso y me sentí
más pequeño de lo que soy cuando sus brazos me rodearon".
Por todo ello, este tributo a Sindo en un día como hoy, a 40 años
de su muerte, cobra su justa dimensión.